Este domingo 1 de agosto se llevó a cabo la primera consulta popular a nivel nacional.

Si bien se trata de un ejercicio democrático, donde la ciudadanía puede participar directamente en la toma de decisiones, la realidad es que, en este caso particular, esta consulta fue como un cuento de Daniel Handler, es decir, “una serie de eventos desafortunados”.

Por principio de cuentas, la redacción de la pregunta es poco clara y hasta “cantinflesca”. Inicialmente había sido propuesta por el Presidente de la República de forma directa contra los expresidentes, pero al ser violatoria de sus derechos humanos de presunción de inocencia y debido proceso, la Suprema Corte de Justicia de la Nación le enmendó la plana y dejó una pregunta poco menos que confusa. Proceso que, por cierto, dejó en muy mala posición a la Corte, dañando la reputación de tan importante órgano del Estado al ponerla en medio de esta discusión.

Pero además, el proceso de planeación y difusión fue complejo, no en cuanto a su magnitud (por ser una consulta nacional), sino debido a que se tuvo que preparar toda la estructura equivalente al de unas elecciones. A poco menos de dos meses de haberse ejecutado las elecciones más grandes de los últimos tiempos en nuestro país, pareció absurdo volver a encender la “maquinaria” electoral.

Aunque lo más absurdo para muchas y muchos fue, sin duda, el costo de la consulta, más de 500 millones de pesos. Dinero que válidamente hubiera sido utilizado con otros fines más productivos, como adquirir medicamentos para los niños con cáncer o comprar más vacunas contra el Covid-19.

Hoy, a un día de la votación, vemos los resultados de la consulta, los cuales son, por decir menos, desastrosos. Una participación que no superó el 8% de la población, es decir, poco más de 6 millones de ciudadanos en un país que rebasa los 100 millones de habitantes. Y aunque hay una clara tendencia a favor del “Sí”, la verdad es que es un resultado mínimo ante el sentir de la mayoría de la población. ¿A qué sentir me refiero? Al de la indiferencia.

Y no digo que la gente sea indiferente a los problemas del país. Me refiero a que es indiferente a la pregunta y a toda la consulta en general. Y es indiferente porque es innecesaria y es innecesaria porque la Ley no se consulta, se aplica. Ese es el verdadero motivo que explica esta “serie de eventos desafortunados”. Por decirlo de alguna manera, es el origen del desastre.

Por lo pronto, el discurso que le sigue a este “ejercicio democrático” estará marcado por preferencias y proselitismo. Los de Morena dirán que fue un éxito, un ejemplo de democracia. La oposición dirá que fue un desastre. Y habremos muchas y muchos que, como la mayoría, diremos que esto no abonó a la democracia ni a la legalidad, sino que fue, como muchas otras cosas, un distractor más de la difícil realidad y que, para empezar, ni siquiera debió haber existido, pues la aplicación de la Ley no es un tema de opinión, sino de combate a la impunidad.

Google News