Cuenta con 87 años de edad y suma 80 de producción plástica, estos son los elementos estadísticos que delinean parte del perfil de la artista japonesa Yayoi Kusama, quien hace un par de años estuvo exponiendo en el Museo Tamayo de la CDMX y que hoy vuelve a los escenarios más impensables: aquellos que han sido propiedad privada de los artistas de la moda internacional, como Louis Vuitton, quien ha hecho del leitmotiv de Yayoi el último alarido de la moda, llenando desde las paredes y los techos de sus tiendas hasta los más sencillos fistoles que acompañan indumentarias de famosos como George Clooney que ahora deambulan con sacos negros de lunares blancos como los antiguos trajes de bailaoras sevillanas  y que Yayoi los asemeja con el sol y  la luna que iluminan la vida, dice ella, de todos los terrícolas habitantes de este mundo.

Yayoi vivió desde los más aberrantes ultrajes de la II Guerra Mundial hasta las locuras del hippismo en EUA, los happenings de desnudos enfrente de San Patricio o los performances a medio puente de Brooklyn, antes de que se pusieran de moda por todas partes. Puritana y al mismo tiempo liberal, un poco soñadora y muy disciplinada ha llenado su mundo, sus propuestas de arte, su propio cuerpo, los más importantes museos del mundo y al mundo entero también, que se mueve con soles y con lunas llenas; vestidas de lunares, que van desde los más imperceptibles y diminutos hasta los enormes y volumétricos que pueden atropellar la Gran Manzana bajo su obsesión por los tan variados círculos y sus volúmenes en las esferas.

Los lunares de Yayoi, ciertamente oscilan entre los confetis de las fiestas, los murales que cubren los centros culturales más renombrados en el mundo, pasando por casas enteras retacadas de bolitas y esferas que cubren sillas, camas, esculturas, paredes, luminarias, vestimentas, accesorios y particulamente su interior efímero, dulce, imperceptible que la han llevado a lograr los grandes premios del arte, como la Bienal de Venecia en la que sus narcisos inflables y flotantes llenaron el estanque en el que ella se tendió, ataviada en rojo encendido para ofrecer una obra merecedora de uno de los premios más importantes para el arte internacional.

Su obsesión por los lunares es la más tranquila manifestación de los problemas de su mente y sus emociones, que la han llevado a la cumbre del arte, pero también al miedo estremecedor que la hizo decidir el sitio de su taller, justo frente al hospital donde voluntariamente habita, sin parar de hacer muebles, estampados, juguetes, esculturas, vestimentas, decoraciones, instalaciones llenas de focos diminutos, que iluminan de manera multiplicada, todas las afrentas por las que ha pasado en las guerras  y en la vida y que a quienes las miramos nos convencen y nos atrapan entre los espejos que multiplican su vida y a los observadores participantes de sus propuestas artísticas, llenas de puntos de luz que convocan y conllevan una recarga emotiva, nunca antes vista en la plástica universal.

Es evidente que la vida de Yayoi no se parece a la de quienes la admiramos, por razones personales y diversas. La participación de un solo novio en su vida da fe de su convicción de no acercarse, ni de lejos, a las tentaciones del sexo o a las vejaciones de los abusos. De igual manera su acercamiento a la violación de los prejuicios morales y el sufrimiento de las violaciones físicas y reales, han determinado las fronteras del dolor que ahoga y marcan su existencia, con guerras y sin ellas.

Es una sobreviviente de las masacres, las críticas, la incomprensión y la ignorancia, pero también es una triunfadora de la tenacidad, la compulsión en la perfección, la versatilidad de las técnicas, la multiplicidad de los usos del arte y una triunfadora entre el Pop Art y el Minimalismo que tan bien le van a sus obras.

Ella ha decidido vivir en el hospital donde la cuidan pero no puede prescindir de su especial lugar de trabajo y sin dejar de trabajar cada día de su vida va dejando una huella de tenacidad, amor a la vida y disciplina en el trabajo, la originalidad y ahora, una muestra de grandes posibilidades para explotar el mercado que muchos artistas desearían.

Es tan profunda y ligera como los misterios guardados en las plumas de las alas de las aves. Quizá por eso lleva 80 años  de producción plástica ininterrumpida, gustando a cientos y desconcertando a tantos otros asiduos a la magia del arte, que luchan por comprender dónde está la gracia de Yayoi: En su cabeza,  corazón, en su capacidad de trabajo o en el innegable  y muy inusual talento que le han permitido un trabajo y vida tan sui géneris.

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