El trámite de la sucesión intestamentaria del Benemérito, que había iniciado a mediados de 1872, no resultó expedito. Todo se complicó por el deseo del militar Tereso Juárez, que esperaba una parte de la herencia, y más cuando supo que los hijos legítimos de su padre ya habían transigido con Susana, la otra descendiente natural.

Sin embargo, Tereso recibió una rotunda negativa a sus pretensiones, por lo que contrató al licenciado Juan de Dios Villarello y decidió demandar a la familia, lo que sacó a la luz los conflictos que rodeaban a los Juárez.

En el foro jurídico se comentaba que el actor tenía grandes posibilidades de ganar el pleito que se dirimía en el juzgado tercero de lo civil ya que, aunque no fue reconocido legalmente por don Benito, usó su apellido con el consentimiento de éste, siempre recibió trato de hijo y su filiación era de sobra conocida por la sociedad.

Para acreditar su dicho, Tereso presentó diversas pruebas documentales y el testimonio de 17 personajes, entre los que se encontraba gente muy cercana al expresidente, como su hermana Rosa Juárez García, “residente en Oaxaca y de respetabilísima edad”, el exgobernador José Simeón Arteaga y Próspero María Alarcón, quien llegaría a ser arzobispo de México.

Sobre el trabajo de su abogado se dijo que “su alegato es una pieza que lo honra sobremanera, está tratada la cuestión con suma maestría, (…) nada se omitió en tan importante escrito que no arrojase una luz tan clara como la del mediodía en tan grave asunto”.

Los demandados contrataron al influyente jurista Manuel Dublán, quien había sido cuñado de Margarita Maza. La intervención de Dublán fue fundamental. Contra todo pronóstico, el 12 de febrero de 1873, el juez Carlos M. Escobar sentenció: “Ningún derecho tiene don Tereso Juárez a la sucesión de don Benito Juárez en concurrencia con los hijos legítimos de este señor”. Aunque el hijo natural apeló, la resolución fue confirmada...

El periódico La Orquesta hizo sorna del veredicto y de la suerte del primogénito: “Ni pizca le tocó al pobrecito de Tereso Juárez, de los bienes del señor su tata, el ilustre finado D. Benito, gloria de México, y digno de ser considerado en todo y por todo, hasta en sus vástagos. Pero, en fin, así lo decretó y firmó el señor juez Escobar... ¿Qué vamos a hacerle? El señor juez Escobar firmará y decretará cuanto le diere la gana, a ciencia y paciencia (paciencia, sobre todo) del mundo entero”.

Desesperado, Tereso buscó el apoyo de Porfirio Díaz, para “mejorar en lo posible la situación precaria en que me encuentro”. Así, logró un empleo administrativo en el Ejército. Sin embargo, las deudas lo superaron y, a principios de 1881, tuvo que declararse en quiebra, a la par de que su salud se vio mermada por una pulmonía.

El décimo noveno aniversario luctuoso de Juárez volvió a unir a Tereso con sus medios hermanos. “En la plataforma se veían a los señores Benito Juárez Maza, Tereso Juárez, Delfín Sánchez y a la señorita Soledad Juárez, hijos, yerno e hija del gran señor al que honraban su memoria, Manuel Romero Rubio, Benito Gómez Farías, Juan de Dios Peza, el gran poeta mexicano, (…) y muchos otros. (…) A las 7 de la noche, la Sociedad para la Protección de los Niños llevó a cabo un servicio conmemorativo especial. El señor Tereso Juárez, presidente de la institución e hijo del héroe, dirigió el evento. A las 11 de la noche comenzó la vigilia en la tumba de Juárez, por la orden de los masones, donde la hermandad de la regla y el compás renovaron sus votos de amor fraternal y caridad para todos, también pagaron impresionantes tributos de respeto a la memoria del patriota. La procesión de los masones marchó desde la calle San Francisco hasta la calle San Fernando. Llevaban antorchas hechas de cuerda con alquitrán y decoradas con las insignias de la orden, y relucían con estrellas y cruces, presentaron la más sorprendente apariencia mientras marchaban a la luz de la luna, al ritmo de la lenta y solemne música fúnebre”.

Tereso Juárez Ortiz falleció el 20 de enero de 1893, a las 5 de la tarde, víctima de tuberculosis y de la formación de un condroma en el brazo derecho. Fue enterrado en un lote de cuarta clase en el Panteón de Dolores. Al igual que don Benito, no dejó testamento. Todavía en 1939, dos de sus hijas, Margarita y María, le suplicaban al presidente Lázaro Cárdenas la concesión de una pensión por los servicios que prestó su padre a la nación.

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