De un lado, los que se dejaron seducir por el líder carismático y porfiado en su tercer intento por llegar a la Presidencia. Del otro, los que lo han cuestionado desde siempre o que siendo de los 30 millones, ahora se han arrepentido.

Una preferencia de entre 58 y 68% que se va diluyendo; frente a una animadversión que va creciendo también poco a poco. Con el consiguiente temor de lo que puede pasar cuando se crucen las dos variables.

Por lo pronto, tenemos un país dividido y confrontado: entre los chairos reivindicados por el presidente frente a los fifís tan denostados por el mismo presidente; los incondicionales de la Cuarta Transformación, contra sus críticos, enemigos y traidores a la patria; los pobres contra todos, incluidos clasemedieros y ricos, desde los que pecan por tener carro hasta los seguramente corruptos dueños de empresas; los morenos que han amasado fortunas ahora bendecidas contra los que, si se equivocan en su declaración, irán a la cárcel y perderán su casa o negocio; los que gozan y abusan del poder en sus nuevos cargos burlándose de los miles de despedidos; y más recientemente hasta Vargallosistas contra Antivargallosistas.

Mientras tanto, Andrés Manuel López Obrador pide un año más de plazo para encausar de manera irreversible su Cuarta Transformación. De modo que, dice, ya no la puedan descarrilar sus adversarios. El presidente está en su derecho a pedir tregua que le permita consolidar un concepto de nación, en el que ha tenido logros importantes como su lucha contra la corrupción. Sin embargo, me parece que él y su gobierno deben considerar al menos dos factores:

-El primero, que tres mil nuevos mexicanos nacen cada día demandando alimento, educación, salud, vivienda; que será muy difícil atender con un crecimiento cero. El dinero que el gobierno reparte cada día puede acabarse en un entorno económico adverso y devenir en una crisis social que nadie desea.

-El segundo, que ojalá y el Presidente hiciese un esfuerzo de introspección para meditar sobre algunos de los rasgos que lo están definiendo: si no es tiempo ya de escuchar a sus críticos de buena fe; de rectificar en decisiones sin sustento; de sumar en lugar de restar; de meditar si la centralización del poder y la eliminación de contrapesos es la mejor fórmula para consolidar nuestro proceso democrático; si le seguirá funcionando la estigmatización del pasado; de evitar el riesgo del río de palabras —a veces sin cauce alguno— de las mañaneras; aceptar que ha vilipendiado a los medios hasta tratarnos como perros; entender que las palabras hieren más que las balas.

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

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