El escritor tabasqueño Andrés Iduarte goza del dudoso honor de ser el único mexicano, del que tengo conocimiento, a quien el Congreso quiso impedirle la obtención de un reconocimiento internacional, en este caso, la Orden del Imperio Británico en grado de Comendador de la Gran Bretaña, la cual le fue conferida “por la organización de una exposición de arte mexicano” en su carácter de director del INBA.

Hasta el 2013, podíamos perder nuestra ciudadanía “por aceptar o usar condecoraciones extranjeras sin permiso del Congreso Federal o de su Comisión Permanente”. La consecución de dicho permiso era un trámite sin mayores complicaciones, ya que se sabía que únicamente se debían esperar los tiempos legislativos. Lo mismo pensó Iduarte.

El 8 de septiembre de 1953 se llevó al pleno la solicitud del funcionario. Inesperadamente, el diputado Ernesto Brown Peralta tomó la palabra: “Deseo que sepan los compañeros (…) que me opongo a que la aprobación de esa condecoración a Andrés Iduarte sea concedida, en virtud de que hace 21 años, de la manera más artera y cobarde, asesinó por la espalda a un hermano mío”.

De inmediato, quienes ya habían dado su beneplácito, cambiaron de opinión y se votó por la negativa. El escándalo estalló en los medios. El vilipendiado declaró: “Rechazo la imputación de asesinato de Ramon Brown Rovirosa. (Él) me provocó durante largo tiempo, se presentó a medianoche a mi casa para obligarme a reñir, me forzó en todas las formas a salir a la calle y ya en ella me injurió y me hirió a golpes abusando de su fortaleza física; me defendí finalmente haciéndole un único disparo que lo hirió, de frente, en el pecho; yo mismo lo recogí y lo conduje al puesto de socorros. No asesiné, no herí por la espalda, obré en legítima defensa”.

Iduarte reconoció que huyó y permaneció en el extranjero por más de 18 años, ya que “personas de la familia del finado se juramentaron para darme muerte”, aunque matizó que “desde el punto de vista legal, toda acción en mi contra quedó extinguida en 1940”. Al final, amenazó: “La decisión (…) en el sentido de negarme el permiso de ley (…) fue tomada oyendo únicamente la voz de la pasión y de una sola de las partes. (Se) ha puesto en entredicho mi dignidad y mi prestigio moral, (por lo que,) si al conocer íntegramente los antecedentes reales de este penoso asunto, no se rectifica (…), me separaré desde luego del cargo de director del INBA”.

Varios intelectuales firmaron desplegados apoyándolo. Ante la presión, el 14 de octubre, los senadores concedieron el permiso y regresaron el dictamen a los diputados. Estos trataron el asunto días después, pero decidieron aplazar su decisión final. Uno de los legisladores comentó: “Me parece que, si firmamos sin previo razonamiento, (…) cualquier periodista, cualquier hombre común, el hombre de la calle, nos dirá: ¿por qué en el nuevo caso no discutimos la personalidad del condecorado? Por eso pedí que se retiraran esos proyectos de dictámenes, para fundar uno nuevo”. No obstante, pasó el tiempo y el asunto ya no se trató de nuevo.

El 15 de febrero de 1954, inexplicable e inconstitucionalmente, se publicó en el Diario Oficial el acuerdo emitido únicamente por la Cámara de Senadores y con eso el tabasqueño pudo recoger su medalla.

Meses después, Iduarte se vio envuelto en un nuevo jaleo. A la muerte de Frida Kahlo, cuando era velada en la capilla ardiente del Palacio de Bellas Artes, se colocó sobre el féretro la bandera soviética. Y aunque la ceremonia sucedió en aparente orden, las consecuencias no tardaron en llegar: “Andrés Iduarte fue cesado (…) ya que no pudo mantener ajena a la política en el funeral”. La medida se interpretó “como una reintegración más del gobierno de don Adolfo Ruiz Cortines que condena toda actividad comunista y que no está dispuesto a tolerar ninguna doctrina exótica que pugne con los principios de la Constitución”.

La prensa aplaudió la destitución de Iduarte por solapar los “argüendes de los comunistas”. Abatido, el exdirector mudó su residencia a los Estados Unidos y permaneció fuera más de 20 años. Según narra Héctor Aguilar Camín, Octavio Paz mencionó que “la pena elegida por el propio Iduarte fue el exilio, elección más dolorosa que la cárcel, porque fue como elegir una invisible cadena perpetua”.

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