Son muchos los retos que se nos presentan ante la pandemia del coronavirus. La recomendación de aislarse para evitar contagios, se topa con las repercusiones económicas. Buena parte de la población vive al día y simplemente no puede permitirse esa pausa. La solidaridad de los empleadores es más necesaria que nunca. Sin embargo, quienes sobreviven gracias a las PYMES son muy vulnerables, y aquellos que están en la economía informal aún más.

Los retos colectivos no son los únicos. Hay también mucho que superar en lo individual. Los profesionales en salud mental han insistido en la importancia de cuidar más que nunca aquello en lo que pensamos. Y es que lo que ocurre en el cerebro tiene una repercusión en nuestro sistema inmunológico.

El médico y neurocientífico Eduardo Calixto define al estrés como “una respuesta fisiológica que otorgamos ante lo inesperado o ante condiciones que nos resultan peligrosas en la vida.” La pandemia actual cumple con esas características. En su libro Un clavado a tu cerebro expone que el estrés crónico disminuye la respuesta inmunológica y nos predispone a desarrollar enfermedades infecciosas o autoinmunes.

En una publicación oficial del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente, el doctor Gerardo Heinze habla de los cambios bioquímicos que genera la ansiedad. Explica que “los glucocoticoides generados por el estrés prolongado reducen la inmunidad. La respuesta cerebral al estrés se relaciona íntimamente con el sistema inmunológico. La intercomunicación entre los sistemas nervioso e inmunológico se realiza no sólo por lo neurotransmisores generados en el cerebro y las hormonas producidas por el sistema endócrino, sino también por células que regulan la respuesta inmune.”

El estrés crónico puede generar también una retención incrementada de virus en los tejidos. La doctora María del Carmen Ortega Navas lo menciona en su libro Psiconeuroinmunología y la promoción de la salud. En él detalla que cuando la actividad inmune está debilitada, se aceleran los procesos infecciosos y los resfriados. Además, se pueden generar cambios hormonales, con la consecuente secreción de sustancias que deprimen aún más nuestras defensas. Todo un círculo vicioso al interior del cuerpo. Los pensamientos y las emociones impactan en el avance de una enfermedad porque determinan muchas de las sustancias que secreta el organismo. Son procesos químicos que acentúan o reducen la vulnerabilidad de nuestra salud.

Evitar una alimentación nociva para la mente, que tarde o temprano termina por afectar al cuerpo, es tarea de cada quien. Relajarse, meditar, sonreír y ejercitarse fortalece la salud y aumenta la capacidad de adaptación. No digo que sea la solución a la problemática actual, pero sí es un paso que cada uno puede dar independientemente de las decisiones corporativas o gubernamentales.

Hay mucho que aún desconocemos sobre el Covid-19, pero lo que sí está claro es que tener un sistema inmunológico fuerte hace toda la diferencia en caso de resultar contagiados. Ante las pocas certezas actuales, las recomendaciones de los profesionales de la salud psicoemocional no pueden desdeñarse.

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