El mundo parece estar al revés. Los “demócratas” que se oponen a la participación directa de la ciudadanía, pregonan el respeto por los derechos y hacen campaña para impedir que se realicen. Están de acuerdo en que el pueblo debe gobernar, pero les horroriza cuando la gente les toma la palabra.

El nuevo hipócrita es un hombre cuyos objetivos son individualistas y económicos. Sin embargo, pretende convencer a la mayoría que se trata de principios vinculados a la defensa de la democracia, de la justicia y aplicación de la ley. Bajo su mediación, las controversias políticas derivan en todo, menos en un debate sincero delante de un espectador atento. Olvida que el buen polemista es aquel que, por encima de todo, se convierte en un espléndido oyente; entusiasta y ardiente, no debería interrumpir y atender los argumentos del adversario.

Al intentar un debate con esta nueva figura de hipocresía, encontraremos que no utiliza ningún término medio entre descalificación y destrucción. La respuesta casi siempre ronda entre la vulgaridad, la agresión o el silencio. Utiliza leyes “a modo” para justificar la impunidad y a eso le llama “aplicación de la justicia”. Finalmente, los combatientes hipócritas diluyen la controversia para golpear al adversario fuera del alcance de su oído.

Bajo este horizonte, se define a la ciudadanía en términos de una masa desinformada, en el mejor de los casos. Y, en el peor, como una población ignorante, manipulada por los medios de comunicación y los partidos políticos. Descalifican la capacidad de movilización política de la gente, la niegan. No dejan de tratar al ciudadano, a la ciudadana, como “menores edad”. Consideran que solamente ellos “piensan” y actúan con “decisión”. Algo está mal en un país en el que se agrede –y se hace escarnio– a quienes exigen justicia y se protege a los que roban y encubren crímenes.

En su razonamiento, el hombre hipócrita considera que no hay necesidad de preocuparse por alterar las circunstancias; si nada cambia, la masa ciudadana se “adaptará” a la injusticia. En lugar de quitarle las cadenas, será mejor golpearla hasta que olvide que está encadenada. De este modo, sugiere poner la mirada en el futuro y así huir del horror perpetrado en el pasado.

A modo de colofón. La participación de cerca de 7 millones de ciudadanos en la Consulta Popular, celebrada el pasado domingo 1 de agosto, no es una cuestión menor. Quienes se atrevieron a opinar, fracturaron la lógica del “círculo rojo” y el “círculo verde”, que supuestamente segmenta a la sociedad entre quienes participan políticamente a partir del consumo de información de calidad y son capaces de diferenciar información de propaganda; y, la “masa amorfa” en la que se encuentra incluida la mayoría de la población, configurada por lo que medios de comunicación le ofrecen y la manipulación de los partidos políticos. En realidad, se trata de una ciudadanía que escapa a esta categorización, cuya acción constituye el primer ejercicio histórico de democracia directa dirigido a exigir la verdad y la justicia.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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