El fantasma de lo desemejante irrumpe en todos los rincones de la vida política. La modernidad nació con ese gusto suyo por asignar identidades específicas para que los individuos se reconocieran como parte de una comunidad de pertenencia. Pero, al final, esta experiencia derivó en formas radicales de exclusión. Por eso, las diversas y múltiples luchas feministas contemporáneas no abanderan a “la mujer”, ni representan la idea de la unidad de “un feminismo”. Precisamente, porque reconocen que no hay sucesos estáticos unitarios, ni identificaciones únicas, sino identidades contingentes siempre en proceso de articulación.

Hoy nos encontramos frente a identidades performativas imposibles de atrapar, mujeres situadas en el lugar de lo desemejante, posición que aterroriza al poder tradicional. Si algo define a lo desemejante es aquello que pone en cuestión y excede a un orden establecido incapaz de responder al vínculo fracturado entre el reclamo y la dificultad para incluirlo en su lógica. Esto es así, justamente porque está diseñado para excluir toda forma de reclamo que no es reclamable dentro de sus parámetros de organización. Lo paradójico y extraordinario es que esta inasibilidad de la diversidad de las luchas feministas frente a los mecanismos que pretenden acotarlas, constituye su mayor fortaleza.

Por eso, quienes ocupan posiciones de privilegio se equivocan cuando intentan unificar las diversas narrativas feministas, al suponer que se reduce a un suceso estático unitario al que pretenden manipular para lograr sus mezquinos objetivos. No entienden que se trata de una experiencia construida performativamente, de una expresión imposible de encasillar en un nombre. Y, por lo tanto, imposible de domesticar.

Lo desemejante, entendido como la experiencia nomádica de las identidades feministas, asume en su viaje y en su movimiento una forma constante de cuestionamiento a sus propios términos de referencia. En este sentido, como bien apunta Judit Butler, “¡La vida no es la identidad! ¡La vida resiste a la idea de la identidad!”, cuestión que impulsa feminismos más inclusivos donde no solo las mujeres tienen voz, sino también aquellas minorías que constantemente han estado excluidas: la comunidad LGBTTTIQA.

Cuando las estructuras de poder imponen sus decisiones para demostrar que su dominación prevalece, lo que esta violencia manifiesta es su fracaso para sostener su proyecto totalitario. Podrán burlarse en el escenario público frente a la multitud de que hoy volvieron a ganar, a imponer su voluntad. Sin embargo, no deben olvidar que las luchas feministas+LGBT no se rinden nunca. Históricamente vienen de un lugar en el que claudicar, no es opción. Se trata de lo desemejante nomádico que resurge, una vez y cada vez, con potencialidades enormes porque tienen una gran libertad creadora, precisamente porque sus vínculos con las ideologías que sostienen la justificación de la desigualdad y la injusticia permanecen en su memoria como un daño por erradicar.

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