La poesía se inventó para describir las emociones anidadas en el alma. Todos tenemos las mismas dichas: la alegría del encuentro, el estremecimiento del beso, la huella de una caricia. También sufrimos, cada uno a su manera, las pérdidas, la frustración y la lejanía.

De estar lejos hablaremos hoy.

Neruda ganó el Premio Nobel por el conjunto de su obra, pero logró que sus poemas fueran recitados en todo el mundo gracias a su poemario de juventud. El número 20 dice: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Escribir, por ejemplo: ‘La noche está estrellada, / y tiritan, azules, los astros, a lo lejos. / El viento de la noche gira en el cielo y canta’”.

Eso es suficiente para explicar el dolor de la separación: los astros de luz, destellos en la noche negra, se encuentran lejos y además no son constantes: tiritan. Así lo escribió el poeta. No dijo: titilan. Hizo que los puntos brillantes del firmamento temblaran de frío.

Cualquiera que haya perdido a un ser amado sabe de lo que habla el poeta. Todo esto viene a cuento hoy, que sufrimos la lejanía de los otros, a quienes no podemos ver en persona ni abrazarlos ni sentarnos juntos a la mesa, sin miedo al contagio invisible de un diminuto conjunto de proteínas y ácidos que ha trastocado al mundo y nos ha apartado sin piedad.

Han hecho de cada familia un reo en jaula de privilegios.

A nuestro alcance están los medios electrónicos, los sistemas de comunicación, las pantallas. Estas palabras llegan a tus ojos, lector, gracias al juego de pixeles que dibujan letras en la superficie de tu dispositivo. Hasta ahí nuestro contacto. No podremos vernos por un tiempo y, el día en que lo hagamos, lo haremos con tiento.

El tiento es una herramienta de los pintores. Se trata de una vara que lleva, en uno de los extremos, una almohadilla con piel que detiene la tela para realizar pinceladas de precisión. Las manos pueden estar contaminadas de grasa o colores que el creador no puede permitir en su pieza. Por eso, en lugar de usar sus dedos, crea en el soporte la tensión que necesita por medio del tiento.

Cuando un asunto es peliagudo, lo tratamos con tiento.

Así vivimos en medio de la pandemia: separados de los seres queridos, alejados de los amigos aunque oigamos su voz en el teléfono. Vemos su imagen, percibimos su mirada pero no los tenemos cerca. Dice Neruda, líneas adelante en el mismo poema:

“Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. / La noche está estrellada y ella no está conmigo. // Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. / Mi alma no se contenta con haberla perdido”.

La canción que alguien canta está lejos: la alegría provocada por la música se aparta del amante solitario y triste.

Los estudiosos de la conducta han escrito mucho sobre los efectos psicológicos de la cuarentena que vivimos y vaticinan un futuro inmediato en el que saldremos a la calle con temor, estableciendo distancias y sustituyendo siempre que sea posible el contacto humano con las transacciones electrónicas, las aulas escolares por las clases a distancia.

Se habla de la gestación de un mundo muy distinto a partir de estas fechas.

Ricardo Riverón, Yamil Díaz, Jorge Luis Mederos y Williams Calero, escritores cubanos, escribieron “Quererse de lejos (amor versus pandemia)”, un poema a cuatro voces: “Este virus criminal, / muchacha, te hace lejana. / Cercanas, tú y la mañana / me alivian de cualquier mal. / Te vi, y te quise frutal, / rumorosa y decidida. / Pero acato esta medida / de aislarme de lo que vi, / pues me separa de ti, / pero nos salva la vida // Tu pupila en el pañuelo; / debajo de él: tu boca; / mi beso, que no te toca, / se detiene ante ese velo. / En mi desmayado anhelo / ya te beso con mirarte”.

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