A la medianoche del 16 de enero de 2016, la Policía Federal practicó un cateo en una casa de aspecto tranquilo, una de tantas en la colonia Cuauhtémoc, en el corazón de la Ciudad de México. En la puerta del domicilio estaban dos taxistas. Les dijeron a los policías que estaban encargados de “llevar a las personas que salían de ahí”.

Un hombre de cerca de 40 años —dijo llamarse Alberto— abrió la puerta. La policía se dirigió a una especie de oficina ubicada en la planta baja. En ese sitio despachaba Madame Yang.

Dentro de la casa había varias salas con pantallas y micrófonos, propios de un karaoke. Había meseros que servían bebidas. Había también cuatro mujeres de origen coreano, de entre 24 y 32 años.

La policía detectó una credencial a nombre de una mujer mexicana que residía en Chalco, cuya identidad fue reservada con la clave “ABC”.

“ABC” relató que mientras trabajaba largas jornadas en una farmacia, para lograr mantener a su hijo, una clienta llamada Lulú le ofreció “ganar más dinero y rápido”: “Sólo tienes que bailar y acompañar a los clientes”. Si “ABC” quería hacer más dinero, le dijo Lulú, en aquel sitio podía también “hacer salidas”.

Por ese camino la joven llegó “a un negocio clandestino” en donde “los únicos clientes eran coreanos”. “Los clientes de otra nacionalidad no pueden entrar a esos lugares”.

El 20 de octubre de 2015, “ABC” se entrevistó con el encargado, “un individuo de nacionalidad coreana, quien habla perfectamente el español”. Él le explicó las reglas: “Se ingieren bebidas alcohólicas con los clientes, también si el cliente lo quiere puede pedir relaciones sexuales”. Le ofreció un sueldo fijo (700 pesos diarios) y le aclaró que la casa cobraba dos mil pesos por cada relación sexual.

“ABC” advirtió que en ese sitio trabajaban mujeres coreanas y mexicanas. Dijo que en la ciudad operaban al menos 15 sitios con dichas características.

Las jóvenes rescatadas en aquella casa tenían historias semejantes. Las habían contratado en su país de origen, las habían introducido en México en calidad de turistas, las habían concentrado en un departamento de la calle Hamburgo, en la Zona Rosa, y las habían explotado en el domicilio de aspecto tranquilo de la Cuauhtémoc.

Una de ellas dijo que la habían recibido dos mexicanos, Beto y Daniel, y la habían presentado con Madame Yang, la gerente del lugar.

Según la muchacha, ninguna obtenía pago alguno por su trabajo. “Madame Yang se encarga de guardar nuestro dinero… ya que la finalidad es que el dinero nos lo guarden para cuando regresemos a Corea, ya que lo depositan en cuentas coreanas”. De acuerdo con la joven, a todas les quitaron sus pasaportes y nunca les dejaron ver “ni estado de cuenta, ni movimientos”.

“Hasta que regrese a mi país me enteraré de la cantidad que tengo en total”, declaró otra de las víctimas.

Una tercera muchacha reveló que el dueño del lugar se llamaba Man Ho Lee y dijo que él mismo la había contactado en un karaoke de su país, e incluso le había pagado el viaje.

Un supuesto abogado de las jóvenes, Iván Rieveling, se presentó ante las autoridades con una charola presuntamente expedida por una ONG internacional y se ostentó como coordinador nacional de Derechos Humanos en el Senado. Ni la ONG existía, ni el Senado tenía noticia alguna del señor Rieveling.

Con todo, las jóvenes coreanas decidieron cambiar, desde ese momento, su declaración original: los clientes iban solo a platicar, “como en una cafetería”. No buscaban realizar “alguna actividad ilegal o sexual”, pues la comunidad coreana era muy pequeña, todo se sabía, y “ellos no querían problemas… así que iban sólo a platicar”.

Un testigo declaró que las víctimas habían comenzado a recibir mensajes amenazantes en sus teléfonos. “Desde temprano han recibido llamadas de parte de uno de los acusados, quien les ha advertido que tengan mucho cuidado con lo que firman porque no quiere que metan en problemas al señor Lee”. “Se trata de personas muy influyentes, con muchos recursos económicos”, agregó.

El jaloneo legal y diplomático que vino a continuación demandó cerca de año y medio. El 16 de julio pasado una juez emitió una orden de aprehensión contra el propietario del karaoke.

La orden fue cumplimentada por policías federales hace un par de días. Según los investigadores, se trata sólo de la punta de una madeja que envuelve zonas diversas de la Ciudad: el asomo de una mafia, “peligrosa y vengativa”, que opera en los pliegues de la corrupción y la complicidad oficial.

Un retrato más de esa tragedia que se llama México.

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