UNAM Juriquilla

En el planeta existe una gran diversidad biológica que se concentra en una pequeña capa de pocos kilómetros de espesor (aproximadamente 10 km) entre la litósfera, hidrósfera y atmósfera de la Tierra, constituyendo la biósfera, que comprende a toda la manifestación de vida en el planeta.

El origen de la vida en el planeta Tierra se remonta a cerca de 3 mil 500 millones de años con la aparición de los primeros organismos unicelulares; éstos comprendían a organismos como bacterias procariotas (del griego Prokaryota: pro = “antes de” y karyon “nuez”, como referencia a la carencia del núcleo celular definido) que, a través de la evolución de diversas interrelaciones con otras especies constituyeron simbiosis estrechas o mutualistas, en las que una célula aportaba el ambiente acuoso del citoplasma y a la vez protección, y el otro simbionte -que fue previamente engullido- obtenía nutrientes ingeridos por la célula y éste generaba energía aprovechada por la célula original.

Así, a través de la simbiogénesis fueron evolucionando los organismos y se fueron constituyendo algunos organelos como los cloroplastos y las mitocondrias hasta constituirse como elementos importantes de células eucariotas (del griego Eukayota: eu = “bien” y karyon = “nuez”, como referencia al núcleo celular, rodeado por una membrana).

Toda esta diversidad biológica, como vemos, nunca se ha encontrado aislada, ya que de alguna u otra forma todos los organismos unicelulares o pluricelulares llegan a interactuar entre sí estableciendo asociaciones, biorrelaciones o simbiosis entre individuos de una misma especie o entre especies diferentes.

Las biorrelaciones, asociaciones o simbiosis intraespecíficas.

Entre los individuos de la misma especie existen tanto fuerzas de atracción como de repulsión.

Por ejemplo, uno de los individuos puede manifestar señales agresivas, que incluso pueden llegar al canibalismo, que evidencian una barrera contra el acercamiento. Sin embargo, esta barrera puede ser superada en determinados momentos, como cuando machos y hembras se aparean, o cuando los animales agresivos de una especie deben vivir temporal o permanentemente en grupo.

En este caso, evolutivamente desarrollaron un comportamiento y señales específicas en cada especie, que actúan como amortiguadores de la agresividad o incluso como elementos de atracción para la relación intraespecífica. Por ello, el congénere desempeña en la ecología de un animal tanto el papel de compañero como el de rival, y con ello la demarcación de territorialidad o tolerancia.

Son pocas las especies que son indiferentes, en el sentido de que no buscan o no tienen ningún tipo de contacto con algún individuo de su misma especie, a esta asociación se le denomina “neutralismo”. Estos animales no se relacionan ni siquiera para la reproducción.

Por ejemplo, muchos animales marinos liberan sus gametos o células germinales al agua, donde algunos respondiendo a estímulos químicos lo hacen sincronizadamente, para que así exista la fecundación para la perpetuación de la especie, pero sin la relación directa entre macho y hembra. Otro caso es el de muchos artrópodos terrestres, en el que el macho sólo deposita el espermatóforo, para que posteriormente una hembra que -por casualidad pasaba por ahí- perciba su presencia por estimulación química y táctil, y lo introduzca a su abertura genital (por ejemplo, en algunos grupos de ácaros).

En el caso de las relaciones intraespecíficas directas, se pueden diferenciar tres tipos: el contacto reproductivo, la asociación para el cuidado de las crías y el impulso de unión (independientemente del reproductivo o del cuidado de crías).

*Coordinador de la Unidad Multidisciplinaria de Docencia e Investigación de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México, Campus Juriquilla.

Twitter: @UNAM_Juriquilla

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