El internet y las redes sociales se han convertido para millones de mexicanos en las formas más socorridas de obtener y compartir información. Las redes no sólo son una nueva forma de comunicación que ha modificado la forma de relacionarnos con otras personas. También son una forma diferente de interactuar con nuestro entorno.

La nota roja en medios impresos, radio y televisión especializados nos ha expuesto por años a la más terrible violencia. Si bien estos medios sensacionalistas y violentos continúan vigentes en nuestro país, son las redes sociales las que adquieren un lugar cada vez más prominente en la diseminación de imágenes violentas, convirtiendo en un espectáculo a la ola de feminicidios y violaciones de mujeres y niñas que azota el país. Por años, imágenes como las que fueron viralizadas en plataformas digitales en el caso de Ingrid Escamilla, han sido publicadas sin ninguna consideración de la protección de los datos personales e intimidad de las víctimas y sus familias y, por supuesto, sin sanción alguna.

En investigaciones realizadas por organizaciones feministas y activistas como María Salguero, en las que se analizan las notas periodísticas sobre muertes violentas de mujeres y niñas publicadas en medios impresos y digitales ha sido posible identificar datos personales de las víctimas, incluida su dirección, nombre completo, lugar de residencia y de trabajo, fotografías de sus cadáveres e información confidencial de sus familias.

El caso de Ingrid, que si bien me parece uno de los más terribles, no ha sido el único en el que la información y fotos de la víctima fueron filtradas a la prensa por personal de fiscalías y policías poniendo en riesgo el debido proceso. Por el contrario, el caso de Ingrid se suma a una enorme lista de “reportajes” que han contribuido a revictimizar a las familias de las mujeres y niñas asesinadas, violadas o desaparecidas, convirtiéndolas en objetos de exhibición y escrutinio público. Tal es el caso de la familia de la pequeña Fátima quienes han visto empañado su duelo por las acciones irresponsables de la Directora del DIF de la Ciudad de México, Esthela Damián Peralta, quien distribuyó información confidencial del expediente familiar de la niña a medios de comunicación generando una ola de escarnio, principalmente en contra de su madre.

Sin embargo me parece aun más lamentable —sin eximir de responsabilidad a los medios que lucran con la violencia y el dolor ajeno— cómo la difusión de estas historias por personas anónimas protegidas por una pantalla, incrementa de manera exponencial la distribución de fotografías, notas periodísticas y videos que lastiman, denigran y ponen en riesgo a las víctimas y sus familias.

Los medios de comunicación tradicionales tienen una enorme deuda con las mujeres asesinadas y con las víctimas de violencia sexual. Ya es hora de realizar un debate serio sobre cómo informar sin convertir a las mujeres y niñas en objetos de exhibición pero sobre todo sin hacer del feminicida el protagonista principal de una historia de injusticia y terror que transforman en espectáculo hechos sumamente dolorosos. Estoy convencida de que como integrantes de la sociedad digital también debemos realizar un análisis profundo de como nuestro comportamiento mediático se suma a la revictimización colectiva.

No debemos dejar de lado la denuncia tajante y el señalamiento enérgico de los medios y páginas que utilizan los cuerpos de las mujeres para atraer audiencias y likes. Debemos señalar puntualmente a las autoridades omisas hasta que realicen acciones efectivas en la lucha contra la violencia feminicida. Pero sobre todo, como comunidad virtual debemos asumir nuestra responsabilidad en la apología de la violencia que se hace en medios y plataformas digitales.

Las redes sociales son hoy las hogueras donde se quema a las mujeres.

Google News