Hoy quiero compartir con ustedes algunas reflexiones en torno a ese proceso llamado “curva de aprendizaje”, definido como el grado de éxito obtenido durante el aprendizaje en el transcurso del tiempo. Es todo un método que, incluyendo una elegante fórmula logarítmica para su cálculo y trazo de su gráfica, tiene aplicaciones en diversos ámbitos como la economía, los negocios, los procesos productivos y muchas más.

En mi experiencia personal, sin aplicar estrictamente su fórmula que me ilustraría sobre el número de ocasiones que pudiera haber obtenido éxitos en los diversos aprendizajes que he recorrido en otras tantas actividades, siempre me ha resultado interesante evaluar y estar consciente del tiempo y de la manera en que se aprende cualquier actividad o proceso.

Los seres humanos, a lo largo de nuestras vidas, estamos inmersos en permanente curvas de aprendizaje en todos los roles que vamos desempeñando como hijos, hermanos, jóvenes, estudiantes, novios, esposos, profesionistas, padres, suegros y abuelos. A todo ello, sumen los oficios, especialidades, vocaciones, entre otros.

Vaya que la vida misma es aprendizaje puro. Sin embargo, considero que lo bien aprendido y mejor utilizado con fines nobles, es lo que también a lo largo de la historia de la humanidad ha engrandecido a los seres humanos y nos ha colocado en algo muy sencillo de comentar, pero enorme en su impacto al género humano: tenemos una mayor esperanza de vida. Hoy vivimos más años en promedio y entonces tenemos más tiempo para continuar aprendiendo.

De igual manera, las ciudades viven sus propias curvas de aprendizaje. Desde sus inicios y hasta nuestros días, vemos como día con día van evolucionando y aprendiendo a crecer y asumir las consecuencias de su propio crecimiento. Creo que es conveniente para las ciudades una visión y planes más allá de los términos a los que estamos acostumbrados. Sin duda alguna, hay ejemplos y experiencias no solo centenarias, sino milenarias en muchas otras latitudes de este mundo, cada día más cercano y frágil.

Considero que el éxito de una ciudad tiene que ver al final del día con las oportunidades y la calidad de vida de sus habitantes en todos y cada uno de los aspectos que tienen que ver con el bienestar y el desarrollo de las actividades cotidianas. El equilibrio será siempre el justo medio entre las fuerzas y entre las acciones que se llevan a cabo. Las ciudades crecen, como la población lo viene haciendo. Es inevitable, pero puede ajustarse a planes, órdenes y propósitos.

El dinamismo y la tranquilidad son buscados por igual. Los centros donde converge el comercio, los servicios, la vida social y comunitaria son espacios demandados al igual que los parques, jardines y espacios para el reencuentro con la naturaleza. La movilidad es también una necesidad donde no es deseable que solo se utilice el automóvil o los camiones. Existe un gran reto para mantener armonía en esta evolución urbana que vivimos hoy día.

Querétaro y sus ciudades están en la actualidad en la curva de aprendizaje sobre la modernidad y el crecimiento. Somos un nuevo destino para múltiples inversiones en diversos sectores y actividades que nos hacen parecer la mejor alternativa para radicar y para traer nuevas opciones de múltiples servicios. Bienvenida la inversión que genera oportunidades y desarrollo, pero encaminada al bienestar y a una mejor calidad de vida para todos, en especial para combatir la pobreza y la desigualdad que también crecen.

Ojalá para nuestras ciudades, la experiencia de la curva, sea rápida y llena de éxitos para que quienes nacimos aquí y quienes ha decidido vivir aquí, sigamos disfrutando de este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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