Ya lo había advertido el gran José Alfredo Jiménez: "las ciudades destruyen las costumbres", por ello, no debería sorprender que, en Querétaro, con un crecimiento inmobiliario y económico tan acelerado, haya empresarios que quieran transformar un edificio que ya no se usa para lo que se construyó y reconvertirlo en otra cosa.

Digo esto porque este fin de semana causó mucho revuelo la noticia de la posible compra de la plaza de toros Santa María a manos de una corporación dedicada al negocio de los supermercados y muchos lo sintieron como una afrenta a la queretaneidad, sea lo sea que eso signifique.

No tiene sentido tanto estupor por la reconversión inmobiliaria de un edificio que es de la segunda mitad del siglo XX, es decir, no puede ser catalogado como histórico aún, y que en los hechos había dejado de ser el escenario principal de la escena taurina en la ciudad y se había convertido en un centro de espectáculos, como conciertos o bailes masivos.

(De hecho, este reportero recuerda haber asistido a muchos conciertos en esa plaza, pero nunca a una corrida de toros.)

Dejando de lado el capricho del gobernador José Calzada en declarar las corridas de toros como patrimonio cultural, la llamada fiesta taurina —que como ironizaba el monero Jis en una caricatura: es la única fiesta donde el festejado sale muerto— es un evento que ha dejado de ser masivo para convertirse solamente en un espectáculo para una reducida élite, donde más que ver las corridas de toros, van a ser vistos para confirmar su sentido de pertenencia.

Lejos quedaron ya esos años donde las grandes plazas de toros en México se llenaban para aplaudir a ídolos toreros, décadas ya de esa famosa frase de Miguel Alemán quien dijo que su sueño como presidente era que todos los mexicanos tuvieran un puro, un Cadillac y un boleto para los toros. La más reciente actualización de esa frase es la que dijo Fox en el 2000 que quería que todos tuviéramos tele, vocho y changarro.

La Santa María reconvertida a centro de espectáculos funcionaba muy bien, aunque la infraestructura a veces hacía dudar si querías seguir brincando al compás de tu canción favorita en las gradas.

El toreo es un espectáculo (que nunca un arte) de élite, no de masas y, si a eso le sumamos que el corazón taurino se mudó a otra plaza en Juriquilla, lo noticioso no es que vayan a comprar la plaza, sino que se hayan tardado tanto en venderla, sobre todo, tomando en cuenta que la pandemia le dio un fuerte golpe a la industria de los espectáculos.

Ese es el precio que el viejo Querétaro tiene que pagar para convertirse en una metrópoli, destruir sus viejos lugares y transformarlos en íconos de los nuevos tiempos: "las ciudades destruyen las costumbres".

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