Las cajas siempre me han resultado de una fascinación incomprensible. Me gustan más las metálicas y las de madera. Cuando estudiaba en la preparatoria tenía un amigo carpintero que gustaba de regalarnos diminutas cajitas de madera, siempre cuidadosamente elaboradas. Nunca supe qué guardar en ellas, eran tan pequeñas que no les cabía nada. Quizá sólo servían para almacenar mi gusto y fascinación por ellas. Tuve también una caja de música que recibí como regalo en un cumpleaños. Era un tanto hipnotizante ver girar la bailarina mientras se repetía la misma melodía una y otra vez. En cambio, las cajas de metal poseen un sonido muy particular al ser cerradas, es como un seguro que garantiza el resguardo de su contenido y que sólo aquéllos que saben qué se guarda en ellas, tienen derecho a escuchar ese inconfundible click.

No podría explicar de manera coherente mi atracción por las cajas. Tampoco es que las coleccione o almacene de manera desmedida. Después de todo, ¿qué misterio, qué atracción podrían suponer seis planos ordenados en forma de cubos? Si a diario convivimos con esos seis planos que hemos construido en diversos formatos, colores y materiales; y a los que les hemos asignado funciones distintas.

Nuestra casa es ya de por sí un acomodo de pequeñas cajas dispuestas en una especie de gran vitrina, donde priorizamos el nivel de exhibición de cada uno de los objetos que escondemos o revelamos a todo aquél que dejamos entrar a nuestra caja privada. Y más aún, en otro nivel de ocultamiento, escondemos los secretos en nuestra habitación, esa para la que debe existir incluso una combinación de seguridad tipo caja fuerte.

Y es que la apariencia de la caja nos da la pista de lo que puede haber en su interior.
Cajas con fotografías
Cajas con anillos de compromiso
Cajas con pedazos de notas escritas a mano
Cajas con memorias convertidas en objetos
Cajas con zapatos guardados para ocasiones especiales
Cajas de regalos recibidos que almacenan otras cosas
Cajas que guardan el tiempo
Cajas estuche
Cajas de herramientas
Cajas con cuchillos
Cajas con ahorros
Cajas de pandora
Cajas que contienen otras 
cajas...

Trabajamos, comemos, dormimos, descansamos, vivimos dentro de grandes contenedores. Así es la vida urbana. Después de todo, la ciudad no es más que un montón de cajas apiladas, unas más grandes y otras más sofocantes, pero a todas hay que hacerles orificios para poder respirar dentro de ellas.

Y al final, una caja contendrá nuestro cuerpo, o nuestras cenizas.

Twitter @CDomesticada
Piedad es artista visual con maestría en Diseño e Innovación en Espacios Públicos. Actualmente es profesor

de cátedra en el Tec de Monterrey campus Querétaro.

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