Para un aristócrata no hay peor ofensa que ser confundido con un plebeyo. O peor aún, ser tratado como tal por otro plebeyo. Con justa indignación, #LadySenadora reclamó a la empleada de VivaAerobús “¿Por qué me hablas al tú por tú?” Como ha dicho Ricardo Raphael, la legisladora Luz María Beristain Navarrete concibe que el hecho de ser autoridad la convierte en un ser superior al resto de los mortales. Poco faltó para que presumiera que también ella compra en Rodeo Drive, como lo hizo Andrés Granier cuando ufano inventarió el enorme repertorio de su guardarropa.

Y es que si repasamos los casos de las ladys y mirreyes veremos que el común denominador es la indignación de cada uno de ellos por el hecho de ser tratados como si fueran “un hijo de vecino”, es decir, como plebeyos. Desde las #LadiesDePolanco, irritadas porque unos policías morenos y chaparritos las estaban deteniendo por borrachas; o #LadyProfeco porque los “imbéciles” de un restaurante no entendieron que ella no está para esperar mesa y sí para exigir dónde sentarse; o el empresario exasperado que tiene que golpear a un conserje de su edificio porque éste se rehúsa a lavarle el auto como ha sido ordenado. Y así indefinidamente.

Y nada describe mejor la arraigada noción de que estos mirreyes se conciben como una especie humana superior que el famoso tuit del novio de la hija de Enrique Peña Nieto: “Pau un saludo a toda la bola de pendejos, que forman parte de la prole, y critican a quienes envidian…” Un revelador mensaje de solidaridad de clase y estamento. Faltó decir, “no te preocupes, somos superiores”. Aunque quizá estaba de más; para él eso era evidente.

Tienen tan internalizada esta noción del derecho propio ajeno a las códigos que aplican a los de a pie, que el nieto de Jesús Murillo Karam, titular de la PGR, es capaz de invadir la casa de su novia durante la noche, romperle la cara y saber que puede hacerlo con total impunidad. Una especie de derecho de pernada del siglo XXI.

Y sólo la hija de Romero Deschamps y los que son como ella son incapaces de ver la enorme incongruencia de presumir en Facebook viajes faraónicos por el viejo continente en aviones privados y perros horrorosos cuando su padre es un líder “obrero” con sueldo nominal que permite vacacionar en Uruapan, no en Europa. Y ella no es capaz de verlo porque divide al mundo entre los que se hablan al tú por tú, una minoría privilegiada, y la chusma que existe para servir. Por eso es tan frecuente que estos hijos de funcionarios explicablemente enriquecidos exhiban en redes sociales sus excesos y privilegios: porque ya no los ven como tales. Desde pequeños se han rosado sólo con otros como ellos, de tal forma que cuando envían mensajes o suben imágenes al ciberespacio, sólo existen personas como ellos. El resto de la humanidad está ausente porque, después de todo, somos de utilería; mera escenografía para su aristocrático vivir.

La división del mundo entre los que puedan hablar de tú, y los que tienen que hablar con un respetuoso usted (y sólo cuando se les dirige la palabra) no se limita a los juniors, desde luego. Basta ver a las señoras de las Lomas y Polanco que cuando conducen el auto acompañadas de su “sirvienta” la mandan al asiento trasero para que nadie vaya a creer que es su amiga o su igual. O las parejas con hijos pequeños que vuelan a Cancún acompañadas de nodrizas que caminan dos metros detrás de sus patrones.

Ante la profusión de ladys y mirreyes, y la velocidad casi semanal con la que las redes nos alertan de un miembro más de sangre azul, quizá tendríamos que recuperar las viejas nomenclaturas de la realeza europea. Condes y condesas, barones y baronesas, duques y duquesas, príncipes y princesas, reyes y reinas. Todo eso en lugar de líderes sindicales, legisladores y legisladoras, funcionarios y funcionarias. Digo, no es lo mismo ser hijo de gobernador (que es momentáneo) que hijo de dueño del Partido Verde (que es de por vida). Si ellos mismos se consideran la nueva aristocracia mexicana, lo menos que podemos hacer es comenzar a examinarlos, catalogarlos por subespecie y, cuando sea posible, guillotinarlos en las redes sociales.

Economista y sociólogo

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