El insólito y maravilloso legado de don Antonio Haghenbeck

Uno de los casos más peleados en los tribunales, y más extraños que se hayan visto, acaba de recibir el fallo judicial que reconoce la validez del testamento a favor de una fundación protectora de animales. Sin embargo, luego de ocho años de litigio, el asunto aún va para largo. Una verdadera trama novelesca, en la que la realidad sobrepasa la ficción más insólita.

Un hombre muy rico, sin descendiente pero con familiares: Antonio Haghenbeck y de la Lama. Una fortuna equivalente a 150 o 200 millones de dólares. Un testamento a favor de instituciones filantrópicas, entre ellas un asilo para perros. Un juicio interpuesto por la familia Haghenbeck reclamando parte de la herencia.

Epílogo: el Poder Judicial acaba de reconocer la validez del testamento, luego de juicios y apelaciones que se prolongaron más de ocho años. El caso estuvo en manos del despacho de abogados Breña y Corona.

Francisco Breña Garduño confirmó a Época la resolución final. Hay ganadores y perdedores. Entre los primeros, el más llamativo es el de un enorme albergue canino, donde habitan unos 800 perros en su mayoría criollos y uno que otro de pedigrí, que mejorarán su situación después del fallo.

Pero la resolución del juez “sólo corresponde a la acción de nulidad de testamento”. Todavía están en curso cuatro acciones más, administrativas y civiles, entre una serie de recursos que piensa interponer la familia de Don Antonio, según lo afirmó a esta revista Agustín Haghenbeck, abogado, residente en Guadalajara. “No es cierto que haya concluido el proceso, el asunto aún va para largo “.

Son siete familiares que “mantienen la mejor relación “y están en la misma disposición de que se les tome en cuenta en el destino de esa fortuna que Don Antonio fue heredando de toda su familia durante muchos años, puntualizó Agustín Haghenbeck, quien sin detallar el inventario estima que pudiera alcanzar los 200 millones de dólares.

¿Quién era el protagonista, post mortem, de esta controversia interminable? Para unos, nada menos que un filántropo irreprochable; para otros, un demente senil. Don Antonio era descendiente de Karl Heinrich Haghenbeck Kunghart, un alemán que arribó al país en la época juarista y se estableció en Veracruz, de donde luego emigró hacia el Distrito Federal.

“Don Antonio era un hombre muy lúcido, muy inteligente, con una determinación muy clara de lo que quería de su vida y de sus bienes”, expresa Víctor García Lizama, ex presidente de la Junta de Asistencia Privada (JAP). “Tan es así que su decisión final es un ejemplo de testamento, porque no olvidó a sus trabajadores”. Subraya que Don Antonio cambiaba cada año su testamento en los aspectos de legado. Tenía interés en que al momento de su muerte sus trabajadores tuvieran derecho a seguir viviendo en el inmueble que habitaban y siguieran ganando su sueldo, aun cuando ya no pudieran trabajar.

Asimismo, si sus empleados no tenían quién se ocupase de ellos, manifestó que podían vivir en uno de los dos asilos que dispuso crear. “Por eso cada año revisaba su plantilla de personal. Algunos habían muerto, otros se habían ido, los daba de baja en su nuevo testamento y daba de alta a los nuevos trabajadores. Pero la cláusula donde establecía la única y universal heredad siempre fue la misma”.

Continuará…

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