Por más lejos que remonte en el tiempo el historiador del cristianismo, se topa con el culto de la Virgen María. Los evangelios de Mateo y Lucas lo fundan, el Apocalipsis de Juan enseña a la mujer rodeada de estrellas que pisotea al dragón del mal. Ella es la nueva Eva, la mujer portadora de la salvación, después de la Eva primera co-autora con su compañero Adán de la caída. La Virgen está presente en los himnos más antiguos y en los primeros íconos, a lo largo de los siglos no hizo más que crecer y embellecer, para asombro y enojo de los que la interpretan como idolatría descalificada como “mariolatría”.

Es una devoción íntima, personal y también pública; no es casualidad que las principales catedrales levantadas en la Edad Media se llamen “Nuestra Señora”. La Virgen María, la humilde judía Miriam, se ha vuelto la intercesora, el abogado de los hombres en su relación con el Padre y el Hijo. Intercede, ruega, reza y su oración es de una eficacia suprema.

Católicos y ortodoxos rezan devotamente que ella es “verdaderamente la madre de Dios; Martín Lutero y Juan Calvino lanzaban el anatema contra los que ponían en duda no solamente la virginal concepción de Jesús, sino que no había tenido más hijos que él. Entre tantas oraciones, el rosario sigue siendo el más rezado en el mundo.

Periódicamente, eclesiásticos católicos y protestantes, ven con desconfianza, critican, combaten tanta devoción, con la idea de que desplaza a Cristo como el único mediador. En el siglo XVIII, bien lo sabe David Brading que estudió la ofensiva del clero contra la piedad barroca en la Nueva España, obispos puritanos pretendieron combatir estos “abusos”. Les preocupaba que los fieles rezaran a la Virgen de su lugar, los de Zaragoza a la Virgen del Pilar, los de Cataluña a la señora de Montserrat, los nuestros a la Virgen de Guadalupe; como si existieran muchas Vírgenes milagrosas. El Papa, no recuerdo cual, tuvo la sabiduría de calmar a los obispos: “hermanos, ¿a poco ustedes creen que la Virgen no tiene poder para reírse y de enderezar lo que ven ustedes como una idolatría? De Virgine nunquam satis, De la Virgen, nunca lo suficiente”.

Los devotos de la Virgen de Guadalupe, y de los 800 santuarios marianos de la inmensa Rusia, saben que si Dios, la misma Trinidad entera, ha realizado el misterio incomprensible de la concepción en el seno virginal de una joven mujer, esa mujer tiene que ser “muy santa, infinitamente pura”. Esta es la base del sentimiento mariano, anterior y posterior, indiferente a toda formulación teológica. Hasta entre los musulmanes existe alguna devoción mariana.

Historiador

Google News