No es hoy día ninguna novedad el impacto emocional que tiene en nosotros el enterarnos, a través de los innumerables medios de comunicación, de todo aquello que se vive en el mundo actual y que contrasta con lo que realmente deseamos y juzgamos conveniente para nosotros como personas, familias o comunidad, más aún, cuando hay mucha gente que legitima todo aquello que es publicado, sin citar o confirmar fuentes de información. Si a todo ello sumamos nuestras propias circunstancias, es lógico que por las noches el sueño no llegue a resultar lo conciliador que debería ser y, poco a poco, corremos el riesgo de sucumbir ante lo negativo.

De igual forma, los pequeños también corren el riesgo de sufrir ante la enorme cantidad de información, videos y programas que privilegian la permanente competencia, muchas veces acompañada de violencia que suele llevarlos a situaciones difíciles, más allá del propio juego. No se diga con los jóvenes adolescentes, que suelen ser quienes enfrentan los mayores riesgos y retos que para muchos de ellos les llega a colocar en situaciones verdaderamente extremas. Peor aún cuando las condiciones de vida nos van obligando a permanecer más tiempo en lugares cerrados y nos privamos de los espacios abiertos. El problema de fondo es la percepción en general de que nos estamos convirtiendo en comunidades más reactivas e intolerantes, donde la civilidad se ve amenazada y poco a poco va perdiendo la mesura. Todos aquellos espacios donde necesariamente interactuamos en una ciudad, como son las vialidades, las filas de espera, eventos multitudinarios, etcétera, son lugares donde vemos con mayor frecuencia estallar reacciones negativas que llevan a situaciones no deseadas para los adultos.

Ante todo lo anterior, es claro que debemos actuar con medidas preventivas que nos ayuden a rescatar los valores necesarios e indispensables para cualquier comunidad donde se pretenda mantener y mejorar lo que conocemos como calidad de vida, más lejos de los factores estrictamente económicos y más cercanos de los cualitativos, como lo son la cortesía, la amabilidad, el respeto y la generosidad. Para muchos niños y jóvenes, el deporte es uno de los caminos para ayudarles a canalizar la energía y las emociones de una manera por demás positiva. Así también, los juegos donde se fortalezca la interacción de la propia familia nos es útil. Para otros, el ejercicio y las actividades al aire libre son un bálsamo contra el estrés, ese lúgubre personaje que atesora en y para nosotros el temor, la irritabilidad y las reacciones negativas ante los demás.

Pero hay otra medida más, que puede llegar a ser una de las soluciones muy a la mano para absolutamente todos, desde la infancia y hasta la vejez, me refiero a la lectura. A pesar de que somos un país donde se lee cada vez menos, según lo comentó el rector de la UNAM, el doctor Enrique Graue Wiechers, quien recientemente mencionó que en los últimos cinco años la lectura de libros se ha reducido un 8% y  la de revistas y otros medios un 9%, y consecuentemente estamos entre los últimos lugares a nivel mundial en lectura de libros. Sin relacionarlo directamente como una de las causas de este proceso de descomposición social que nos afecta como país, es muy claro que la lectura es una de las herramientas más útiles para la formación positiva de los niños y jóvenes, así como de los adultos.

Para quienes disfrutamos de la lectura, hay días en los cuales la realidad nos invita con urgencia a tomar un libro y regalarnos la oportunidad de salir de viaje para aventurarnos en aquello que  nos permita aprender y conocer, así como transportarnos  y acudir hasta donde la imaginación nos lo permita. Quiero pensar que si nos echamos a cuestas la tarea de involucrar a otros en la lectura, será también una buena manera de rescatar mucho de lo que anhelamos, quienes vivimos en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

Twitter: @GerardoProal

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