Una de dos: o Enrique Peña Nieto tiene un gigantesco trébol de cuatro hojas, o fraguó y conduce un proceso electoral de Estado. Analicemos la primera posibilidad, la de la buena suerte. Para empezar, el Partido Revolucionario Institucional optó por dar la candidatura presidencial a José Antonio Meade, casualmente el favorito del presidente. Por si eso fuera poco, además del PRI, la inmensa mayoría de los medios decidió hacer suyo precisamente a ese candidato “externo”, le agarró ojeriza a Ricardo Anaya, ni más ni menos que el aspirante a la Presidencia a quien Peña Nieto detesta, y dio amplísima cobertura a una investigación que la Secretaría de Hacienda y la Procuraduría General de la República realizan con inusitada celeridad sobre las operaciones financieras de un empresario que compró una propiedad del político queretano.

Sigamos. La pesquisa de la PGR arrancó en circunstancias especialmente afortunadas para el presidente de la República. En efecto, todo parece indicar que el Ministerio Público no tenía en ese momento asuntos importantes que atender —quizá porque los señalamientos de corrupción en Pemex y en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes o los desvíos de dinero público por parte de la Secretaría de Desarrollo Social no eran contundentes— pues dio una altísima prioridad y una insólita transparencia a una operación entre particulares. Además, alguien filtró un video de la boda del empresario en cuestión —las malas lenguas dicen que fue la propia PGR, que lo robó en un cateo de su casa— en el que aparece el mismísimo Anaya. Bueno, hasta la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México vio más valor académico en este caso que en los de Odebrecht o la Estafa Maestra: dedicó a una compraventa con dinero privado una espontánea y conspicua mesa redonda que no ha hecho en torno a los sofisticados mecanismos de empresas fantasmas con que “servidores” públicos desafiaron la ley para desviar miles de millones del erario.

Pero ahí no termina la buena fortuna del grupo en el poder. Sucede que de todos los que buscaron candidaturas presidenciales independientes solo una, Margarita Zavala, consiguió el pase a la boleta. ¡Venturosa e inesperada noticia para el presidente Peña! Pese a las ilegalidades en que los tres finalistas incurrieron, la única que no fue inhabilitada fue la mujer que, se estima, quitaría votos al odiado candidato del Frente. Vamos, hasta los astros internacionales se alinean al proyecto oficial: el presidente Trump ha tachado de “no tan buenas” ciertas candidaturas en México, algo que los malpensados atribuyen a negociaciones que Luis Videgaray ha realizado a favor de su prestanombres electoral con Jared Kushner. En fin. Quienes creen en la buena estrella pueden ofrecer muchas evidencias más de que está de lado de Enrique Peña Nieto.

Hay escépticos, no obstante, que no compramos la idea de que el maná está cayendo del cielo y asumimos la segunda posibilidad. Es decir, estamos convencidos de que el #priñanietismo ha consumado la restauración autoritaria y que Peña Nieto está convirtiendo al Estado mexicano en el comité de campaña de José Antonio Meade. Sostenemos que está usando facciosamente a las instituciones para mantener el pacto de impunidad, y que si a pesar de ello el candidato del #PRIERDE —la coalición del PRI más el Verde y Alianza Social— no sube en las encuestas es porque la gente está muy enojada con el gobierno y la reprobación presidencial ronda el 80%. Argumentamos que esta manipulación no solo involucra al ámbito gubernamental sino también al espacio mediático —y que penosamente ha llegado hasta la UNAM—, todo en el afán de levantar la alicaída candidatura oficialista.

¿Pero quién va a creer a los pesimistas, a quienes somos incapaces de hacer bien las cuentas y de reconocer que México es gobernado con honestidad y eficacia? ¿Acaso no está claro que el presidente Peña actúa imparcialmente, como estadista que es, y no mete las manos al proceso electoral? ¡Qué culpa tiene él de ser tan suertudo, caramba!

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