Un personaje de André Malraux en La condición humana dice: “nada hay más parecido a un hombre que su cadáver”. Así vimos transitar hacia el inframundo a Miguel León-Portilla y adentrarse en las tierras de Mictlantecuhtli, irradiando la substancia de su actitud vital y su carácter de personaje esencialmente lúdico, por eso prefirió la inhumación sobre la cremación.

No recuerdo una sola presencia o retrato suyo en el que no esté sonriendo: feliz por haber conocido, explorado y redescubierto la redondez cultural de nuestros antepasados y su caja de secretos. Gozoso de haber hecho hablar a los muertos, victoriosos en nuevas batallas como sentenciara Jaime Torres Bodet en la inauguración del Museo Nacional de Antropología e Historia.

Depositario de dos influencias cardinales: la de Manuel Gamio —su tío— descubridor de la vigencia de las culturas indígenas en las instituciones del México moderno y la del sacerdote jesuita Ángel María Garibay, traductor y difusor inigualable del tesoro lingüístico del universo náhuatl. Recorrió en varios sentidos al indigenismo americano que en sus distintas épocas y realizaciones reflejan una misma cosmovisión. Su precoz obra teatral Quetzalcóatl, el drama del hombre en el tiempo, le valió la oportunidad de que Garibay fuera tutor de su tesis doctoral La filosofía náhuatl, que condensa su definición intelectual.

En su obra más leída y la más traducida de un autor mexicano La visión de los vencidos, demuestra que la llamada conquista no fue un hecho histórico unilateral y que a pesar de la derrota militar no significó la implantación forzada de una civilización ajena, sino —como Miguel lo sugirió en el Quinto Centenario del Descubrimiento de América— un “encuentro entre dos culturas” y la sobrevivencia de ambas más allá del sincretismo. A contrapelo del etnocentrismo, siembra el pluriculturalismo como hoja de ruta de nuestra identidad nacional. La teoría de la relatividad en el estudio de la historia y el mejor argumento contra las tesis evolucionistas y positivistas imperantes desde la Reforma, para las cuales no había mejor indio que un indio blanco.

A principios del siglo anterior, Samuel Ramos sostenía que “no existió filosofía ni ciencia en el mundo prehispánico, puesto que se trataba de un pensamiento mágico y una respuesta mítica a las interrogantes que plantea el mundo y la existencia humana”. Concluye que la razón no posee el mismo rango que en la cultura grecorromana. Desconoce que el pensamiento humano se expresa en palabras y que las creencias míticas están presentes, sin excepción, en todas las culturas.

La teoría de La invención de América ilustrada entre nosotros por Edmundo O´Gorman, según la cual el ser de nuestro continente había sido ya prefigurado en la imaginación del Medioevo, revela que también del otro lado del Atlántico había un pensamiento mítico que sirvió para nombrar las riquezas naturales del Nuevo Mundo. León-Portilla demostró que los pueblos originarios “tenían preocupaciones éticas, buscaban el perfeccionamiento de la persona, se conmovían ante lo bello y se preocupaban por las raíces y destinos del universo y de su pueblo”. A la pregunta sobre cómo denominar a ese conjunto de cuestionamientos, responde: la palabra es filosofía.

Nuestra reflexión colectiva sobre las fuentes diversas de nuestra identidad a la que Miguel contribuyó poderosamente tardaron mucho tiempo en abrirse paso. Cuando fui Secretario de Educación Pública, un Presidente de la República criollo rechazó nuestra propuesta de que en el artículo tercero se inscribiera que la identidad nacional se logra mediante la preservación y desarrollo de Todas Nuestras Culturas. Tiempo después logramos la sugerencia de León-Portilla de que la Constitución de la Ciudad de México, la más contemporánea del país, comenzara en náhuatl, con la famosa frase de Tenoch al descubrir en 1325 al águila devorando la serpiente: In quexquichcauh maniz cemanahuac, aic tlamiz, aic polihuiz, in itenyo, in itauhca Mexihco Tenochtitlan. “En tanto que dure el mundo, no acabará, no perecerá la fama, la gloria de México Tenochtitlan”.

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