Joe Biden será el próximo presidente de Estados Unidos. Si se confirman las tendencias en los estados de Georgia y Nevada, Biden alcanzará los 306 votos electorales, el mismo número que obtuvo Donald Trump hace cuatro años. Desde cualquier perspectiva, se trata de un triunfo notable. Una larga lista de factores tuvo que alinearse para que Biden ganara la elección, muchos de ellos improbables.

Hace apenas un año, el partido demócrata enfrentaba una posible fractura, dividido de manera peligrosa entre el ala progresista de Bernie Sanders y los moderados alrededor de Biden. Al final, en gran medida gracias a los buenos oficios políticos de Biden, que logró acercar a varios de los aspirantes que le eran afines para formar un bloque centrista, y después gracias a la prudencia de Sanders, que optó (tarde, pero optó) por el camino correcto de apostar por la unidad, los demócratas plantearon un bloque para hacer frente a Trump.

Aun así, y a pesar de la notable impopularidad de Trump, la dinámica de la elección parecía favorecerlo. Primero, porque la mayoría de los presidentes en funciones que buscan la reelección terminan obteniéndola. Segundo, porque, salvo su impopularidad personal, los factores más fundamentales de la dinámica electoral estaban de su lado. A finales del año pasado, la economía pintaba para ser el gran tema de la elección presidencial. Con el rumbo económico del país como un activo innegable, Trump llevaba ventaja. Después, en una manifestación brutal y asombrosa del azar de la historia, llegó el coronavirus. La pandemia ocupó el centro del escenario y le robó a Trump la narrativa. No es una exageración suponer que, sin el maldito virus, no habría ocurrido la derrota de Trump. Increíble y doloroso, pero cierto.

Y luego está la propia campaña de Biden. Con el tiempo, quizá, se entienda la sutil sabiduría que demostró este hombre, de casi 80 años y medio siglo en la política. Entendió desde el principio que el discurso vulgar de la polarización y la confrontación se contrarresta con decencia y templanza. Con la excepción de un momento breve en el primer debate presidencial, nunca perdió la calma ni se permitió un exabrupto que lo igualara con su rival en el fango. Al negarle a Trump el cuadrilátero de la polarización ideológica o personal, Biden desarmó a Trump, algo que no supieron hacer ninguno de los republicanos que lo enfrentó en el 2016 ni mucho menos Hillary Clinton en la elección presidencial pasada. La disciplina de mensaje de Biden es una proeza de estrategia político electoral y claridad moral frente a un rival hábil y complicado.

Para Biden, el reto de gobernar será mayúsculo, sobre todo si el partido demócrata no obtiene el control del Senado en las elecciones especiales de Georgia en enero. Pero aún así, lleva las de ganar. Lo más probable es que gobierne durante la conclusión de la pandemia y presida sobre el proceso de rescate de la economía. Tendrá que gestionar ambos con destreza, pero si lo logra podrá adjudicarse el crédito de la recuperación.

Para Trump, el futuro será distinto. En la política, el límite de la obstinación está en la derrota.
Y aunque Trump demostró el alcance de su carisma, también perdió con claridad el colegio electoral (por no decir nada del voto popular), y eso seguramente no se le escapará al partido republicano. No es fácil serle fiel a un perdedor, al menos no a la larga. Peor todavía: si Trump insiste en la patraña del fraude y se niega a aceptar su derrota, podría empezar a convertirse en un pasivo para los republicanos. Un Trump derrotado corre el riesgo de volverse un paria dentro del partido conservador, sin importar que lo haya manejado como titiritero por años. Por si fuera poco, Trump podría enfrentar la justicia en los meses por venir. Si se destapa la cloaca, incluso sus más fervientes admiradores podrían darle la espalda.

Por supuesto, es enteramente posible que el trumpismo sobreviva la derrota histórica de su líder y Trump se adueñe sin más del partido republicano. Pero también puede suceder exactamente lo opuesto. Una vez que ha servido su propósito como herramienta del movimiento conservador y gran generador de rating para las cadenas de noticias, Trump podría volverse desechable. Si así ocurre, la historia de Trump podría terminar siendo trágica.

En la política, la victoria es como el sol. En cambio, la soledad en la derrota puede ser abrumadora y súbita. Tengo la impresión de que Donald Trump está por descubrirlo.

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