El  18 de marzo se llevó a cabo, en la explanada del zócalo de la ciudad de México, la concentración masiva de habitantes del país para conmemorar y celebrar la expropiación petrolera decretada y ejecutada en 1938 por el entonces presidente de la república mexicana, el general Lázaro Cárdenas.

La concentración masiva, convocada por el presidente Andrés Manuel López Obrador  interpela a la reflexión de este hecho social y político. Veamos. Arnaldo Córdova, politólogo mexicano, afirma que “una de las características esenciales que definen al Estado mexicano lo es, sin duda, su Política de Masas, en la que se funda su poder sobre la sociedad y la cual es un resultado histórico de la gran conmoción política, económica y social que constituyó la Revolución Mexicana de 1910-1917”. (Cuadernos Políticos No.19. Enero/marzo de 1979. ed. Era/digital).

En relación a lo antes citado, la política de masas del Estado revolucionario fue interrumpida de tajo, a partir de 1982, por una ofensiva de la derecha internacional a través del proyecto político y económico del neoliberalismo globalizador. La estrategia medular fue promover el “fin de la historia” vale decir, borrar todo fenómeno social, económico, político y cultural del pasado para dar paso al inicio de la edificación de una nueva democracia “protegida”... así nació la interminable llamada “transición a la democracia”. Uno de sus efectos fue el desmantelamiento de las instituciones de la revolución mexicana. Esta acción correspondió a un grupo de élite denominado “tecnocracia” liderado por Carlos Salinas de Gortari (presidente  1988-1994).

Dicha tecnocracia en sustitución de la clase política tradicional, privatizó los bienes de la nación, privilegió el individualismo cancelando los programas sociales, lastimó la cultura nacional y estimuló el desempleo y la pobreza alentando la desigualdad de la población. En consecuencia, se gestó una minoría privilegiada que, a través de la corrupción, se enriqueció y se apropió de espacios estratégicos dentro del Estado mexicano. Esto no fue todo, la ofensiva desmanteladora se extendió al debilitamiento de los partidos políticos hasta empujarlos al caos.

Sustancialmente, el PRI era el enemigo a vencer, es decir, destruirlo para formar otro partido político “a modo” al proyecto en cuestión: el Partido de la Solidaridad.

El apocalipsis de las instituciones mexicanas no facilitó al gobierno neoliberal salinista construir un nuevo régimen político. Se desbordó el caos y la violencia. El presidente Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000) continuó las privatizaciones a pesar de la crisis y las devaluaciones. La alternativa para los ciudadanos fue reorientar la mirada del voto hacia el PAN. Ya en el territorio de la derecha, Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Calderón (2006-2012) renunciaron a crear y ofrecer un nuevo modelo político al servicio de los ciudadanos y terminaron por consolidar lo que inició en el salinato, a saber: el PRIAN.

El desdibujamiento del sistema político mexicano desde 1982 y el fracaso del pensamiento neoliberal y sus prácticas dio paso, consciente o inconscientemente, a un gobierno de izquierda que comulga con los intereses de la mayoría de la población sin privilegios. Los gobiernos de la derecha neoliberal condujeron el Estado con dos bases sustanciales de apoyo: el ejército y el crimen organizado. El Estado guiado por la izquierda tiene como base a una gran mayoría social y al ejército. Esta es la diferencia entre ambos. La política de masas de hoy día está en el centro del debate nacional, como lo fue  la política de masas del general Lázaro Cárdenas.

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