Hace unos días leí un interesante texto de una comunicóloga e “influencer profesional” -término que retomo y adopto para referirme a aquellos profesionales cuya comunicación puede influir en la actividad profesional de aquellos que le o la siguen por medio de algún tipo de canal electrónico u otro medio-. La lectura fue el catalizador de las líneas de esta semana #DesdeCabina, ya que se han venido cocinando escenarios que más que servir de contexto para esta reflexión que se esfuerza por ser útil, se torna oportuno por la disminución de congruencia en una infinidad de figuras públicas o personajes que en muchos ámbitos se desempeñan lo mismo cerca que lejos de mí.

No estoy hablando de personajes de la farándula, ni de políticos cuya falta de lógica entre lo que dicen y hacen los convierte en el blanco de los medios, o en la oportunidad de sus enemigos -no digamos adversarios-, no, estoy hablando de todos los que somos personas comunes que nos desenvolvemos en la diversidad de ámbitos que nos imaginemos y que por azares del destino nos ubica en alguna posición de liderazgo, de influencia o de acción que puede generar un impacto en los demás.

El texto de la comunicóloga en cuestión refería la gran responsabilidad que tienen esas personas “públicas” por mantener o procurarse una imagen incólume de sí mismos, de sus actividades dentro y fuera de su ámbito público, de exhibir una pseudo perfección enteramente innecesaria y, sobre todo, y más grave, carecer de elementos (hechos, dichos y más) que sustenten tal imagen. No sé si les ha pasado que en ciertos momentos de su actuar profesional se han visto ante la honrosa -y lo enfatizo así- necesidad de recurrir a los valores personales y exhibir todo aquello que nuestros padres buscaron imprimir en uno, respeto, solidaridad, empatía, arrojo, y muchas cosas más, que luego cuesta sostener permanentemente; es decir, tarde o temprano siempre se nos puede ir algo, siempre existirá una posibilidad de fallar, de que se nos “caiga” esa máscara que procuramos mantener a costa de todo o de todos, a pesar de la propia naturaleza imperfecta que la condición humana representa.

Comentaba lo oportuna de la reflexión puesto que es común encontrarse con imágenes del ejecutivo perfecto, líder en su campo, defensor de causas actuales -por no decir que aquellas que mayor trending generen-, impulsor de grandes proyectos y mil y un cosas más que lo hacen el ser admirable en demasía, pero cuyo desempeño, trato o ejemplo para con sus cercanos describe precisamente todo lo contrario. Cuál es el propósito de construirse una imagen perfecta cuando lo más atractivo y, sobre todo, más real, es trabajar, esforzarse y sobreponerse a las imperfecciones de la condición humana; si lo que más influencia produce en todos los ámbitos es exhibir una imperfección que nos hace iguales a todos, con carencias, con capacidades innatas, con potencial y sobre todo con la entereza para sobrellevar tales imperfecciones.

#DesdeCabina reafirmo la increíble oportunidad que existe en construirse cada día, en mostrarse vulnerable, sentimental, errático, alegre, solidario, triste a veces y con grandes huecos por rellenar lo mismo con formación profesional que con desarrollo emocional y espiritual, con la gran intencionalidad de llevar a la vida cotidiana y de los que nos rodean ese trabajo que honre la perfección de la imperfección humana.

@Jorge_GVR

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