En el medio policiaco se le conoce como “La Patrona”. La doctora Úrsula, una eminente historiadora mexicana, fue víctima de esta modalidad del crimen hace pocos días.

La mañana en que todo sucedió, la historiadora había salido por un asunto de trabajo. La empleada doméstica, que labora con ella de entrada por salida desde hace ocho años, se quedó aseando la casa.

La doctora volvió un par de horas más tarde. Leyó en el rostro de la trabajadora que algo muy malo había ocurrido. Ella murmuró algo, no se daba a entender bien, sobre una mujer que había estado hablando para decirle…

—¿Para decirte qué? —la urgió la doctora.

—Que la tenían a usted detenida en la fiscalía por un problema con el banco.

Úrsula lo supo todo. No hizo falta ninguna otra palabra.

—¿Qué hiciste? ¿Qué hiciste, María?

—Me pidieron sus joyas y sus cosas, y las di…

Un hombre había llamado al teléfono fijo de la casa. Dijo que quería hablar con la doctora por un asunto de trabajo. La empleada dijo que la señora había salido. Una hora más tarde llamó una mujer. Con voz de urgencia le dijo a la trabajadora que era amiga de la doctora, que había un problema en el banco, que iban a embargar la casa, y que Úrsula estaba detenida.

—Me dice ella que busques todo lo de valor. Urge.

En la casa había varias prendas escondidas. Habían entrado a robar en 2017 y desde entonces la doctora buscaba sitios intrincados donde depositar los objetos de mayor valor. La trabajadora parecía haber descubierto todos y cada uno de esos escondites, porque halló joyas escondidas detrás del buró, debajo de una mesa y también debajo del mueble de baño.

Tomó algunos dólares, un pasaporte, una tarjeta de crédito internacional y unas 35 joyas con valor aproximado de 500 mil pesos: aretes, anillos, pulseras, prendedores, un reloj.

Se trataba de objetos que habían pasado de mano en mano entre los miembros de la familia. Contenían la historia de personas que a lo largo del tiempo habían llevado el mismo apellido. Pequeñas joyas de la abuela, de la bisabuela, de la madre, de las tías.

La madre de Úrsula se las había entregado después del robo de 2017, la primera vez que vaciaron su casa. “Ya era todo lo que le quedaba”, dice.

La supuesta amiga de la historiadora pidió el número celular de la trabajadora doméstica. “Ahorita te llamamos”, le dijo.

Cuando el celular sonó, hicieron que la empleada escondiera las joyas en una maceta. Pero al poco tiempo volvieron a llamar para decirle que no, que iba a ir un licenciado a recogerlas. Que las sacara en una bolsa y caminara hacia el Periférico.

Varias cámaras de vigilancia registraron el paso de la mujer por la calle, con el delantal puesto y el celular en la oreja, recibiendo las indicaciones de los maleantes.
La citaron a las puertas de Televisa San Ángel: una calle concurrida, repleta de gente y autos.

Un hombre joven, con camisa de vestir de color azul claro, recibió la bolsa. “Yo soy el licenciado —dijo—. Ya viene para acá la patrulla, ya viene ella para acá. Espérela, ya va a llegar”.

El hombre le pidió que no intentara comunicarse con su patrona, que necesitaban que su teléfono estuviera libre, y además “están vigilando”.

En un minuto, lo que quedaba de la memoria de una familia había desaparecido. Siguieron cuatro horas de espera en el ministerio público y el comentario de uno de los empleados: “No se imagina lo común que es esto. Pasa todo el tiempo.

Conocemos este fraude como ‘La Patrona’ y es muchísima la gente que cae”.

No fue hasta que la historiadora subió un tuit en el que protestaba por la indiferencia, y por la larga espera, que alguien le dijo: “La va atender el fiscal”.

Días atrás, Úrsula había sido víctima de otro fraude. Le había llamado un supuesto funcionario de BBVA para informarle que tenía varios puntos acumulados que estaban por vencer y que iban a canjeárselos por un regalo: una cámara Go Pro, una tableta, una vajilla...

Le dieron todos sus datos personales. Nombre completo, dirección, domicilio. Quedaron de llevarle el regalo al día siguiente. Le dijeron que la persona que se lo llevaría iba a mostrarle un pequeño dispositivo que servía para “descontar” los puntos correspondientes. “Yo no sabía que era un clip, nunca había visto un clip”, escribió la doctora en sus redes sociales.

Ocurrió tal y como se lo habían dicho. Salvo que al día siguiente vio que le habían hecho un cargo por 20 mil pesos. 20 mil pesos que le robaron.

No se reponía aún del dolor, la rabia, la impotencia, cuando llegó el segundo golpe. En el ministerio público no le dieron ni esperanza, ni copia de su declaración. Ni siquiera el número de carpeta (“es la 847 del turno tres”, le dijeron).

Ella lo explica claramente: “En este país te roban por teléfono, te roban en la calle, te roban por internet, te roban en tu casa, te roban haciéndose pasar por bancos. ¿En dónde puedo estar tranquila, en dónde voy a encontrar paz? Me dicen que ya me tienen checada, que ya me agarraron la medida, que tengo que irme de mi casa. Es una sensación espantosa, porque en México siempre hay más, siempre puede pasarte algo más”.

Explica la doctora: “Esos 400 mil no me importan. Ese sufrimiento no le sirve a nadie. Yo solo quisiera que ellos pagaran, que los agarraran, que no se lo volvieran a hacer a nadie más. Pero ni a eso puedo aspirar. Ni siquiera ese consuelo puedo tener. Tengo pesadillas, tengo lágrimas, y lo único que puedo hacer es dejarlo ir, decirme que todo eso ya no es mío, que ahora es de alguien más. Como víctima, solo puedo tener eso, y es horrible. Eso, y contarlo para alertar, porque ¿qué reparación puedo esperar?”.

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