“Manual para decir que un coso está vivo” es un listado que no existe propiamente, pero que fácilmente podríamos pedirle a ChatGPT que lo escriba usando referencias científicas. Es interesante definir la vida, porque la comunidad académica no reconoce a los virus como vivos, ya que no cumplen con la posibilidad de reproducción autónoma. Las características de una lista deben cumplirse para que definamos lo que está vivo, extrapolando estas incluso más allá de este planeta.

Y pon que exploramos y en algún lugar del universo encontramos un algo que parece estar de acuerdo con nuestra definición así que “¡está vivo!”. Bien, ¿y es inteligente? Pues el coso vivo se reúsa a hacer una prueba de IQ y exige su derecho a la privacidad que claro que la humanidad se va a pasar por el arco del triunfo.

Mientras se hacen las mil ochocientas pruebas semidestructivas del coso vivo (o ya no tanto) financiado por el programa ficticio “Warp speed para emergencias ontológicas”, imagina que el primer hallazgo es que el coso es un organismo fotosintético. “¡Wow!” exclamaría alguna amante de la literatura y pensaría en La inteligencia de las flores, de Maurice Maeterlinck, que inicia naturalista y termina con poemas que dan la impresión de que la inteligencia emerge de una belleza inconmensurable que suave y sutilmente resulta funcional para su supervivencia y reproducción.

Sin pelearnos con los intentos aún infructíferos para responder “¿estamos solos en el universo?”, pido una pausa para plantar los pies en la tierra y pensar en la inteligencia —o no— de las flores:

Érase una vez en 2019 cuando la investigadora Lila Hadany (1) reportó la forma en que algunas flores pueden reconocer a sus polinizadores y cómo actúan en consecuencia. El polen contiene el esperma que debe emprender la travesía para encontrar a su otra mitad y esta fecunda persecución a veces necesita de otro ser vivo se impregna de polen y lo exhiba ante las puertas del óvulo. Pues resulta que en la experimentación de Lila —qué lindo llamarte así e investigar flores—,  los pétalos funcionan como antenas receptoras de la frecuencia del aleteo de sus polinizadores, fenómeno bioacústico que prende el dulzor del néctar de la flor receptora. Así, cuando su polinizador acude, éste se da un festín más deli, untándose —potencialmente— de una mayor cantidad de polen.

La asombrosa ofrenda es interesante porque sucede de manera específica a SU polinizador y no con cualquier otro zumbido que a ella llegue.

Y no me malinterprete, entiendo la humana necesidad de definir, pero pienso en lo otro, fuera de la definición, lejos de los manuales ficticios y criterios científicos que verdaderamente existen con una solidez que pareciera inamovible. Precisamente en ese axioma antaño e incuestionable, sospecho que se pierde mucho. Así, reglarla en nuestros términos porque en una de esas hemos vivido con el elefante blanco en la habitación.

 @chrisantics
(1) Veits, M. et al. (2019), Flowers respond to pollinator sound within minutes by increasing nectar sugar concentration.
 https://doi.org/10.1111/ele.1333

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