Siempre he creído en la riqueza que aporta a las personas el conocer sobre muchos temas, el  atreverse a ir más allá de la propia formación, de las experiencias y de los propios límites, esto sin duda -según expertos de la universidad de Berkley- es un distintivo de las personas naturalmente talentosas. El involucramiento en diversas disciplinas del conocimiento -a veces aparentemente antagónicas- provoca, del mismo modo, una variedad de ópticas y visualización de escenarios que enriquecen el pensamiento, pero sobre todo, la actuación de los que se involucran en tal multitud de disciplinas, de conocimientos y experiencias.

Sin embargo, existe una línea delgada entre la riqueza que aporta involucrarse en la diversidad o multidisciplinariedad y la aspiración de convertirse en “todologo”; esto último puede orillar a las personas a la soberbia y a una petulancia que el conocimiento, sin importar qué tanto o específico sea este, puede otorgar. El conocimiento debe servir, entre otras cosas, para acercar a los seres humanos, no para separarlos.

Por otra parte, el caso contrario a la multidiversidad del conocimiento es la alta especialización, la cual se obtiene cuando se estudia una disciplina, una rama de la misma y temas particulares a detalle. El nivel, profundidad de conocimiento y especialización se vuelven sin duda un distintivo natural y grandes cosas se obtienen de ello.

Pero este martes #DesdeCabina quiero abordar un elemento actitudinal -el cual considero transversal a ambas ópticas, la diversidad o especialización-, que permite aspirar a ser el mejor, y para ello quiero hacer uso de uno de los ejemplos de vida más significativos en la historia de la filantropía del mundo, la filosofía de trabajo de Andrew Carnegie, “distinguirse en el trabajo por la dedicación y actitud”. Carnegie inició su muy temprana vida productiva esforzándose y dando el extra en cualquier posición que desempeñó, desde un modesto obrero del algodón, telegrafista, asistente de correo hasta un magnate del acero; en todas sus actividades, con mucha consciencia, pasión y diligencia se enfocó en buscar -y se comprometía con ello-, las mejores formas de hacer las cosas, lo que lo llevó incluso a aprender cosas diferentes e innovadoras para su época, logrando oportunidades que lo transformaron  y que lo impulsaron a incursionar en el negocio del acero, y la filantropía desde el otoño de su vida.

Cuántos de nosotros nos hemos quedado cerca, o perdido oportunidades de hacer o construir algo relevante, por temor, pereza mental, por desconocimiento o simplemente por no querer incursionar en terrenos desconocidos. Qué sucedería si con pleno uso de conciencia, nos involucráramos en esa tarea, en aquel proyecto, en ese grupo de discusión o aprendizaje, en el empleo y posiciones actuales o en aquellas oportunidades de emprendimiento, que pueden darle un giro de 180 grados a nuestra vida profesional, o que pueden redirigirla hacia terrenos más fértiles y útiles a los demás y de mayor impacto para nosotros mismos.

Cuando leía el artículo “How to go from $1.20 a week to The richest man in the World” respecto de una de las claves del éxito de Andrew Carnegie, lo que veía entre líneas era que todos, si estamos atentos, si nos comprometemos con nosotros mismos, y si dejamos de tener miedo, podemos lograr ser el mejor en lo que decidamos, y si no lo logramos al menos estaremos en camino de serlo.

Rector de la UNAQ / @Jorge_GVR

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