En el último mes, se ha vuelto una obsesión nacional escuchar el reporte diario sobre la evolución de la epidemia de coronavirus. Hay un interés enorme por el número de casos confirmados: ese es el dato que se vuelve la nota en todos los medios informativos.

Sin ser epidemiólogo, me parece que tendríamos que detener esa práctica: el número de casos confirmados dice más sobre la capacidad de registro que sobre la evolución de la enfermedad.

Consideren como símil lo que sucede con las estadísticas delictivas. En 1997, se abrieron 1.5 millones de averiguaciones previas del fuero común. En 2019, se abrieron dos millones de carpetas de investigación. Es decir, hubo un incremento absoluto de 33% en las denuncias, un poco inferior al crecimiento poblacional en ese periodo. Eso significaría, si nos guiamos por los delitos denunciados, que habría habido una ligera disminución de la incidencia delictiva desde finales de los noventa.

Nadie puede suponer que eso describe correctamente la evolución del fenómeno criminal en las últimas dos décadas. Más bien, el delito ha crecido más rápido que la capacidad de recepción de denuncias

Además, gracias a la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública (ENVIPE), publicada anualmente por el INEGI, sabemos que los delitos denunciados son apenas una fracción de los delitos totales. En 2018, la llamada cifra negra fue 94%. En términos absolutos, eso significa que 31 millones de delitos pasaron por debajo del radar del Estado.

¿Pero no será que los delitos denunciados son una muestra más o menos representativa de los delitos totales? No: en 2012, por ejemplo, los delitos denunciados disminuyeron, pero aumentó la victimización medida por la ENVIPE. En 2018, sucedió lo contrario.

Enfocarse en la evolución de los delitos denunciados no es solo poco informativo, sino que puede resultar contraproducente. Genera incentivos para que las fiscalías dificulten las denuncias y, en no pocos casos, manipulen los datos que se reportan al Secretariado Ejecutivo.

Guardando todas las distancias, la emergencia sanitaria en la que nos encontramos tiene algunas características semejantes:

1. El fenómeno evoluciona mucho más rápido que la capacidad de registro. Ese hecho es particularmente visible en los reportes estatales de casos confirmados de Covid-19. Como ejemplo, la Ciudad de México ha registrado los siguientes totales diarios de casos nuevos en la última semana: 1, 24, 70, 19, 9, 29 y 62. Eso no es un retrato de la epidemia. Son los laboratorios acumulando rezago de pruebas y luego intentando frenéticamente cubrirlo.

2. El número real de casos es varias veces mayor que el número de casos confirmados. Hay muchos casos asintomáticos o con síntomas leves que nunca recurren al sistema de salud. Asimismo, pueden pasar varios días entre el contagio y la confirmación del caso. En ese periodo, el virus ya brincó a muchos otros humanos. ¿A cuantos? No sabemos y, por tanto, ignoramos si la curva de confirmaciones se comporta igual que la de casos totales.

3. Ningún estado quiere ser percibido como la Lombardía mexicana, el corazón de nuestra epidemia. En consecuencia, es posible que haya incentivos en lo local para no poner el pie en el acelerador en la ubicación y confirmación de casos.

En conclusión, hay que dejar de ponerle tanta atención al número de casos confirmados. No creo que diga gran cosa. Es probablemente más útil fijarse en el número de muertes, las tasas de hospitalización o los niveles de saturación de las unidades de terapia intensiva. Eso con toda seguridad nos va a decir más sobre la distancia que nos separa del barranco.

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