En el libro La Innovación y el Empresariado Innovador, de Peter Drucker, cuya tesis principal era que en los años setenta los cambios que estaba enfrentando Estados Unidos no se referían a su desindustrialización o a un largo estancamiento de la famosa onda de Kondratieff de la economía.

Lo que este autor mostraba es que en realidad se estaba produciendo un cambio importante de la economía relacionado con el desarrollo de un nuevo empresariado. En otras palabras la reorganización de la economía norteamericana pasaba por la creación de nuevas instituciones comandadas por personas que representaban una visión diferente de cómo hacer las cosas.

Me llamó la atención porque Drucker no hace énfasis en el uso de la tecnología como clave para llevar a cabo la transformación social, económica y política, algo que mucha gente hoy afirma que esa es la explicación. Actualmente existe un consenso creciente de que son las tecnologías, especialmente de la información, lo que está cambiando nuestras maneras de ver el mundo, de relacionarnos, de aprender, de habilitarnos, de sentir, y un largo etcétera.

El consenso abarca columnistas, académicos, comunicólogos -mis colegas-, filósofos, políticos y más. Y cada vez, esa afirmación se vuelve prácticamente incontrovertible.

Sin embargo, Drucker, quien por cierto ha sido el gurú más importante del Management a nivel mundial y en toda Escuela, Instituto o Facultad de Administración de negocios se le considera un importante pensador, subraya el error de considerar a la tecnología como el factor dinámico de los cambios. En algún momento, me imaginé que parecía estar de acuerdo con Carlos Marx quien subrayó el carácter fetichista de la mercancía que muchos pensadores de su tiempo le atribuían misteriosos poderes.

Algo parecido me imaginaba al leer a Drucker quien señalaba que muchos colegas asumían el fetichismo de la tecnología al adjudicarle la energía que genera los cambios y las transformaciones en el mundo y en sus diferentes esferas.

Sin embargo lo que Drucker señaló en ese interesante libro -y que lo seguiría desarrollando en los subsiguientes textos, especialmente en el libro La Administración en una época de grandes Cambios- es que para explicar que mientras entre 1970 y 1984 Europa Occidental perdía empleos -algunos decían producto de la crisis energéticas- ,Estados Unidos aumentaba 20 millones de empleos. ¿Y entonces, qué interpretación había ante este fenómeno?

Lo que el autor citado dilucida es que Estados Unidos enfrentaba la crisis de las grandes instituciones y corporaciones. Desde la segunda guerra mundial, Crecer para ser Grande, era expresión de desarrollo. Había entonces acuerdo de que el crecimiento de las instituciones públicas y privadas expresaba el bienestar de una nación. Y ciertamente esas grandes instituciones crearon empleos.
Sin embargo, lo que empezó a producirse fue el declive de las grandes instituciones y corporaciones siendo lo importante contar con una gran burocracia como expresión de la racionalidad.

Estados Unidos experimentaba el crecimiento de empleos en las pequeñas y medianas empresas e instituciones. Se produjo una fragmentación social y económica. Pero estas nuevas instituciones que aparecieron tenían algo más, eran innovadoras, es decir, estaban construyendo un mundo diferente a partir de la innovación y la innovación se convirtió como hasta ahora en el nuevo concepto de desarrollo.

El ferrocarril sólo pudo ser posible con las nuevas formas de organización económica y laboral, no fue el ferrocarril el que cambió el mundo, fueron las nuevas formas de organización social que experimentan los grupos sociales. Y esto se llama innovación social. Lo traje a colación porque precisamente hoy deberíamos pensar como generar innovación social y económica que nos permita enfrentar los nuevos tiempos que nos está pidiendo a gritos que hay que enfrentar.

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