No lo podemos eludir: vivimos un momento sumamente sensible. La ola de violencia que azota nuestro país está generando una crisis de consecuencias insondables. Una de estas consecuencias, la cual se ha manifestando con fuerza en los últimos diez días, es la cada vez más posible declaración de ciertos cárteles mexicanos como “Organizaciones Terroristas Extranjeras” por parte del Departamento de Estado de Estados Unidos de América (EUA).

Esta designación implicaría que los cárteles mexicanos dejarían de ser una amenaza a la seguridad pública de EUA, y se convertirían en una amenaza a la seguridad nacional. Algo que nuestros vecinos del norte se toman muy en serio; incluso llegando a ejecutar, sin contravenir su marco jurídico, operativos unilaterales que vulneren la soberanía de otro país, en este caso la de México.

Bajo este orden de ideas, la desbocada ola de violencia que vivimos, y la falta de acciones claras para contenerla y reducirla, están poniendo en juego nuestra soberanía, nuestra dignidad y nuestra supervivencia como nación libre. Si bien no enfrentamos la amenaza de una invasión militar, sí podríamos ser víctimas de un sometimiento severo por parte de una potencia extranjera.

Y lo peor del asunto, es que para el presidente de EUA, Donald J. Trump, esta forma de actuar tiene fuertes motivaciones electorales, y no una búsqueda sincera de enfrentar un problema que ha adquirido una proporción internacional.

Sin descanso, Trump ha trabajado para despertar los miedos más profundos a ambos lados de la frontera. Del lado estadounidense ha buscado, por todos los medios, pintar a México como el causante de todos sus problemas: la delincuencia, la falta de empleo, el deterioro del tejido social, la pérdida de competitividad, la adicción a las drogas. México es el culpable.

De este lado de la frontera, Trump ha alimentado nuestro miedo a perder la poca estabilidad económica que nos queda. Su discurso es el de la fuerza bruta: o hacen mi voluntad, incluso si mi voluntad va en contra de sus intereses, o México entra en una de las crisis económicas y sociales más dolorosas de su historia reciente.

En este sentido, el objetivo de Trump es ganar votos humillando a México. Si observamos la evolución de la popularidad del presidente Trump podemos ver con claridad esta tendencia. A finales de mayo de este año, Trump se encontraba en uno de sus niveles más bajos de popularidad. Para evitar seguir cayendo en las encuestas hizo lo que sabe hacer mejor: atacó a México. Fue en esa fecha cuando lanzó la amenaza de imponer aranceles si nuestro país no detenía el flujo de migración.

En ese momento, el gobierno federal, sin meter las manos, hizo lo que Trump esperaba: se sometió a su voluntad y desplegó a miles de miembros de la Guardia Nacional, tanto en la frontera sur como en la frontera norte. Su misión: cumplir los caprichos de una potencia extranjera. El resultado: la popularidad de Trump, en un momento crucial para su reelección, resurgió con fuerza.

Ahora, con el antecedente de mayo, Trump vuelve a echar mano de su mejor estrategia: en medio del huracán que significa el juicio político iniciado en su contra, Trump desvía la atención atacando a México con la amenaza de vulnerar su soberanía si la violencia no disminuye.

La respuesta del gobierno federal, en esta ocasión, no fue la de plegarse inmediatamente a los caprichos del presidente estadounidense. Sin embargo, si la violencia sigue en aumento, si el gobierno federal sigue manteniendo su mismo estándar de inoperancia, será cuestión de tiempo ver a Trump someter, una vez más, a nuestro país. Para gloria suya y de nadie más.

Diputado federal por Querétaro

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