Para las personas con principios la corrupción, en cualquiera de sus formas (económica, legal, material, moral, etc.), sólo tiene un destino y un trato: erradicarla aplicando la ley. Sin embargo, para los deshonestos, ésta es siempre un área de oportunidad. Y no les incomoda tanto que haya corruptos, pero sí que haya honestos, porque éstos representan un riesgo a sus pretensiones. A los corruptos la verdad y la integridad les estorban.

Para un corrupto es importante saber qué clase de criminales son sus subordinados y contrapartes, a fin de saber si les pueden ser útiles o no, porque requieren de cómplices leales para operar con mayor libertad y seguridad.

De los que hay que deshacerse son aquellos que se oponen, frenan o limitan su cáncer; de quienes sirven a otros corruptos depredadores, o a quienes compiten en el mismo escenario.

Hay perversos a los que hay que tener cerca: aquellos sobornables o chantajeables que pueden ser utilizados en su beneficio, y que una vez que han comido de su mano se vuelven cómplices, les guste o no.

El corrupto desarrolla una extraordinaria habilidad para manejar las circunstancias y para no ser evidenciado. Sabe cuándo y cómo caer sobre su presa para exprimirla, destruirla o subordinarla; cómo hacerlo directamente o a través de emisarios, de manera sutil —como favor—, sin que se vea su mano.

Los tramposos desarrollan una gran sensibilidad de supervivencia: no se meten con otros más poderosos, aunque los apoyan cuando les conviene sin perder su independencia.

Hay acciones esenciales para el corrupto: la conquista de espacios de poder, la disuasión por ejemplaridad y el uso oportuno de la información. En el primer caso, se pone a los leales en los lugares estratégicos (FGR, UIF, SCJN, SHCP, SG, etc.) y se desplaza a los adversarios, inútiles u obstáculos. En el segundo caso se lanza una contundente amenaza velada a sus adversarios reales o potenciales publicando parte de sus ilícitos, de suerte que se sepan advertidos y midan sus oposiciones. El ejemplo son Lozoya, Robles o Collado con los que se ha “neutralizado” a algunos adversarios. En el tercer caso, se pasa a la persecución de los opositores por atacar al líder o al grupo.

Los viciosos requieren información amplia y detallada para ser contundentes en sus ataques, como para manipular los datos, ocultar sus huellas y aparentar el cumplimiento de la ley. Para eso se allegan de operadores expertos en lo político, financiero, contable, legal, etc.

El gobierno de la 4T, que venía supuestamente a acabar con la corrupción, se ha beneficiado de ella. Se ha vuelto dueño de plaza quitando a otros del cargo para ocuparlos ellos: operan centralmente las compras gubernamentales, y en lugar de licitar, como lo establece la ley, las asigna a sus cercanos, a empresas con domicilios en terrenos baldíos, o creadas unos días antes...

El líder siempre valora la lealtad de sus cercanos, a los que nunca les pasará nada por violar u omitir gravemente el cumplimiento de la ley (Barttlet, Pío, Martinazo, Scherer, Irma Eréndira Sandoval, Zoé Robledo, Delfina Gómez, Yeidckol Polevnsky, Luisa María Alcalde, Octavio Romero Oropeza, Alejandro Esquer, Denis Vasto, Adán Augusto, entre otros).

Queda claro que el maniqueo discurso anticorrupción sirve para manipular a la sociedad al ocultarle información y al hacerle creer que el problema es de montos y volúmenes; que los malos son los adversarios, y no los allegados, a pesar de las pruebas.

Periodista y maestro 
en seguridad nacional

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