Las personas, en su mayoría mujeres, que se reunieron en varios espacios públicos de México en recientes días lo hicieron con un simple propósito: hacerse escuchar ante las autoridades. ¿Para qué? Básicamente para exigirles atención y acción contundente ante las omisiones que han tenido de las denuncias de violencia de género, sean violaciones, feminicidios, o cualquier otro tipo de violencia hacia la mujer. Este es un movimiento totalmente legítimo y que ha crecido en los últimos años de manera exponencial, apuntando nuevas y nuevos participantes y levantando la voz de las personas agraviadas.

La violencia de género, por más que se menosprecie y se intente ocultar y normalizar, es un mal social que debe ser superado para llegar a una sociedad igualitaria, que es el objetivo de toda sociedad, al menos democrática. No obstante, por más lamentable y decepcionante que sea, ni sociedad ni Estado le han puesto la atención e importancia requerida para detenerla. La lucha, principalmente por mujeres, para detener la violencia de género es totalmente legítima (por si acaso era necesario mencionarlo) y los datos la respaldan con gran impacto.

Datos de organizaciones no gubernamentales muestran que al día se presentan 11 feminicidios, por lo que  alrededor de cada 130 minutos habría uno. Da tristeza e importancia leer los reportes de este tema y hacer los cálculos como el ya presentado, pero más repudio existe conociendo la razón de estas muertes, y es que los feminicidios son asesinatos hacia mujeres sólo por el hecho de ser mujeres; por ello es catalogado como un crimen de odio. Es, de nuevo, legítimo este movimiento femenil para reducir y erradicar la violencia de género, pero, ¿es legítimo el haber devastado y pintarrajeado el patrimonio de la nación?

Desde luego hay varias opiniones al respecto. Unos dirán que la forma no es correcta, pero sí lo es. Otras opiniones podrán decir que fue sólo mero vandalismo y que ello consecuentemente deslegitima la lucha. Lo cierto es que la lucha femenina no se deslegitima. Los cambios sociales deberían realizarse de manera pacífica, pero eso difícilmente ha pasado en la historia, y menos cuando la instancia que debe ayudar, no lo hace. Por lo tanto, tales manifestaciones y acciones han sido un mal necesario en esta lucha para ejercer la presión necesaria hacia las autoridades para que de una vez por todas hagan algo y destinen tiempo y recursos económicos, materiales y humanos para atender la violencia de género de una forma contundente y no de manera desganada y con total parsimonia como se ha hecho en los gobiernos que hemos tenido.

Por último, es hasta risible y lamentable que las personas categoricen exclusivamente esto como vandalismo y que el gobierno lo pueda percibir también así. Ese grupo de mujeres están pugnando para proteger su vida y la de las generaciones venideras, y para no tener miedo al salir de casa ni al transitar. Hay muerte y hay feminicidios en México, esa es la realidad. Si no los hubiera y si no existiera la violencia de género, su lucha y destrozos serían ilegítimos, pero no lo son, no es esa la realidad en nuestro país.

Entonces, si el gobierno no hace caso y no opera para solucionar este gravísimo problema social, ¿de qué otra manera se puede llegar a la atención de las autoridades? Y es penoso y vergonzante a nivel nacional e internacional que en una sociedad y gobierno democráticos se ignore una lucha social de total legitimidad y que por ello se haya tenido que recurrir a esas manifestaciones para que las autoridades por fin presten atención. Penoso y vergonzante no para ellas, sino para el gobierno que ignora a sus propios ciudadanos que se encuentran en peligro. ¿Acaso no es responsabilidad del Estado proteger la vida de su población?

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