La necesidad de tener un resultado al final de los debates es similar a la de un torneo deportivo: tiene que haber un ganador y varios perdedores. En el ejercicio de 22 de abril, los ataques los concentró AMLO, como puntero, con un 49% (Sin embargo, 23/4/2018). Las expectativas sobre el debate eran enormes, quizá por el cuadro de encuestas que marca un puntero muy adelantado, AMLO, un segundo lugar para Anaya y Meade rezagado en un tercer sitio que no se mueve. Era previsible que el primer debate presidencial fuera la gran oportunidad de golpear al puntero y disminuir la ventaja; también que los dos independientes, con muy poco que perder, podrían correr riesgos y sacar alguna ganancia. El predebate anunciaba una pelea de cuatro contra el puntero. Veamos qué pasó.

Lo que no se sabía era el nuevo formato, que fue una sorpresa afortunada. La rigidez y el acartonamiento de los debates presidenciales de 1994 hasta 2012 impedían una dinámica ágil de discusión. Este debate tuvo avances importantes, sobre todo en la conducción. Fue positivo el desempeño de los tres moderadores (Maerker, Uresti y Sarmiento), sobre todo por sus preguntas incisivas a cada candidato. Sin embargo, cinco candidatos son muchos para un debate más a fondo y queda todavía cierta rigidez en la distribución de los turnos y las réplicas. Esperemos que mejoren los que siguen.

Las estrategias mostraron que cada uno se comportó de acuerdo al lugar que tiene en las preferencias y al nivel de golpes que recibió. Lo más visible fue el golpeteo al puntero y vimos a un AMLO muy ocupado con las gráficas, con la cabeza baja mucho tiempo y con una actitud de molestia. A nadie le gusta que le peguen y lo agredan, pero la experiencia que necesita el político pueden ayudar a quitarse lo golpes. Vimos que López Obrador cumplió de forma sobrada el instructivo de no engancharse y no caer en provocaciones. Pero desaprovechó la oportunidad de aclarar medidas específicas sobre la famosa amnistía y el cómo del combate a la corrupción. No respondió a las preguntas y repitió lo que ha dicho muchas veces, con lo cual tal vez perdió algunos puntos; ya lo veremos en las próximas mediciones.

En el caso de Anaya, traía muy bien hecha su tarea y se dedicó a golpear a AMLO de forma repetida. Se ve que quiere ubicarse en posición competitiva. Ganó en términos formales, bien articulado y con golpes muy pensados. Sin embargo, no dejó su tono antipático de estudiante que presenta un examen oral y se sabe la respuesta, quizá por eso no convenció ni generó más empatía. También repitió sus frases hechas y fue reiterativo. Meade mostró por qué no es un candidato que emocione, que despierte una mayor conexión. Atacó a AMLO, como era su receta, pero su error fue no deslindarse del gobierno de Peña Nieto, y perdió esa valiosa oportunidad. Las pesadas cargas del desprestigio del PRI no fueron compensadas. Meade no pudo salirse de su armadura de técnico y sus propuestas no tienen mucha credibilidad. A pesar de que el manual aconsejaba concentrase en el puntero, entre Meade y Anaya hubo de nuevo ataques, y se ve que hay mucha animadversión entre ellos.

El Bronco estuvo relajado y distribuyó sus ataques, pero dijo barbaridades que se repetirán por sus propuestas disruptivas, como la de cortarle la mano a los delincuentes o militarizar las prepas. Margarita mostró una pasión envuelta en una retórica muy artificial.

De la agenda de temas queda poca claridad sobre las propuestas y mucho silencio en temas dolorosos de violencia o en leyes inaceptables como la del “chayote”. Ahora estamos en la fase del posdebate, que marcará una nueva etapa de la campaña por lo menos hasta el próximo encuentro, que será el 20 de mayo.

En los próximos días conoceremos nuevas encuestas, pero, por lo pronto, se puede adelantar que los golpes al puntero quizá no le quitarán muchos puntos, que el segundo lugar ganará algunos escalones, no demasiados y que el tercer lugar permanecerá estancado. A pesar del cuatro contra uno, no hubo un golpe fuerte, tampoco una sorpresa, y es esperable que se intensifique la guerra sucia. El primer debate estuvo dentro de la lógica de lo previsible, salvo por la mejoría en el formato y la conducción…

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