Mañana, el titular del Poder Ejecutivo Federal rendirá su tercer informe de gobierno. Tercero dentro de los que le autoriza la Constitución de la República, pero décimo en la realidad, ya que el presidente acostumbra rendir informes cada trimestre.

Los informes de gobierno, especialmente los presidenciales, han sido un ritual ceremonioso que, con el paso de los años, han ido perdiendo solemnidad, formalidad y hasta interés.

Hace algunas décadas, el primero de septiembre de cada año, era conocido como el “día del presidente”. No había actividades, las escuelas, bancos e instituciones públicas cerraban y toda la atención de los medios de comunicación estaba centrada en el evento.

La presencia del Ejecutivo en el Congreso de la Unión era, no solo forzosa, sino necesaria para mantener la cohesión política del país. En medio de aplausos, abrazos y reconocimientos, el presidente lanzaba un mar de números y cifras durante tres o cuatro  horas, interrumpido solo, para recibir elogios y aprobaciones.

Con el paso del tiempo y, sobre todo, con el ingreso de la alternancia, el “ritual” del informe se ha ido desdibujando hasta casi volverse nulo.

Desde el último año de Vicente Fox, ningún presidente ha vuelto a rendir su informe de labores en el seno del Congreso. Ello ha dado pie a que cada presidente, en su estilo personal, rinda un mensaje en el lugar y bajo las condiciones que le brinden mayor seguridad.

Esa cuestión es cómoda para el mandatario, pero ha debilitado la figura presidencial, rompe el diálogo institucional y diluye su función principal como Jefe del Estado Mexicano: ser un factor de unidad y dirección.

En un intento por recuperar ese protagonismo, el presidente López Obrador ha puesto énfasis en sus mensajes de gobierno, pero, con la mañanera y los constantes “informes” que rinde cada tres meses, donde repite esencialmente lo mismo, el efecto ha sido contrario, pues ha disuelto aún más la figura presidencial. Irónicamente, mientras más aparece en escena, más desinterés hay de la ciudadanía.

Muestra de ello será el evento de mañana (el único informe, por cierto, con base constitucional), donde se espera poca atención de la población. Y no porque a la gente no le importe el estado que guarda la nación, sino porque se realizará en día hábil, en horario de labores y con pleno regreso a clases; cuestiones que por supuesto acaparan la atención de las familias mexicanas.

Pero además, dicho desinterés se robustece con los spots que se están difundiendo, en donde el titular del Ejecutivo reitera en esencia el mismo mensaje que ha venido repitiendo en casi todo su gobierno: “se acabo la corrupción”, “hay recuperación económica”, “se ha vencido la pandemia”, “no han aumentado los combustibles”, “México crecerá al 6% anual”, entre otros, cuando en la realidad se percibe algo diferente.

Así, mantener la atención de la población se vuelve un reto de comunicación social. Máxime cuando se trata de una población que está preocupada por la inseguridad, la falta de empleo, la recesión económica, la pandemia, el aumento en los índices de pobreza, la violencia contra la mujer, la polarización, el desconcierto político y muchos otros retos.

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