Especialmente en nuestra época, por la inmediatez de los sucesos, por las presiones a las que nos vemos expuestas y expuestos todos los días, por la incertidumbre económica, por los estereotipos y roles, por la presencia del Covid-19 -y todo lo que conlleva-, por las dudas existenciales y por un incontable número de factores, la salud mental es, sin duda, un tema al que hay que darle la importancia que se merece y que, sobre todo, exige.

Por muchos años, atender cuestiones relativas a la salud mental ha sido considerado un tabú, sin embargo, hoy en día sabemos que procurar una salud integral es indispensable para alcanzar la plenitud. Para poder estar bien, en toda la expresión de la palabra, es necesario quitar los estigmas y atrevernos a pedir ayuda: médicos, psicólogos, psiquiatras, a todos hay que respetarlos y visitarlos si es que se necesita hacerlo. El trabajo de estos profesionistas es fundamental para el desarrollo integral de todas y todos, hay que reconocerlo y agradecérselo.

La Constitución de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sintentiza muy bien la idea expuesta: “la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. En este sentido, es importante subrayar la relación entre el bienestar físico con el bienestar mental, ya que uno es dependiente del otro. De hecho, la salud mental está concatenada a una gran variedad de factores sociales, psicológicos, ambientales y biológicos.

Es destacable tomar en cuenta que hay factores subjetivos e intersubjetivos que afectan, de una forma u otra, a la salud mental, por lo que el saber interpretar y entender nuestras emociones se vuelve vital en la búsqueda de un bienestar completo y pleno, mismo que no se puede obtener si la mente, el corazón y el cuerpo no están en armonía. Los psicólogos, las meditaciones y reflexiones nos pueden ayudar a tener una buena inteligencia emocional.

En relación a la cuestión de la atención a la salud mental, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) reveló que la ansiedad y la depresión representan la mitad de los trastornos mentales entre las y los adolescentes de América Latina y El Caribe. A la ansiedad y la depresión le suman los altos niveles de estrés, que pueden ser derivados, en palabras de la OMS, de “cambios sociales rápidos, a las condiciones de trabajo, a la discriminación de género, a la exclusión social, a los modos de vida poco saludables, a los riesgos de violencia y mala salud física y a las violaciones de los derechos humanos”.

Esta problemática se vio acentuada durante la pandemia: de acuerdo con una encuesta elaborada por UReport, el Covid-19 provocó que el 27% de las y los jóvenes de América Latina y El Caribe padecieran de ansiedad durante el confinamiento, hecho que refleja que, ahora que poco a poco estamos integrándonos a la nueva normalidad y a que los casos a nivel mundial del SARS-COV2 están disminuyendo, los gobiernos de las distintas naciones, además de invertir en la reactivación económica, inviertan en prevenir y atender la salud mental de todas y de todos los ciudadanos.

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