“Todos los días nos sirven el mismo plato de sangre, en una esquina cualquiera —justo, omnisciente y armado— aguarda el dogmático sin cara, sin nombre”, escribió Octavio Paz por la muerte de Luis Donaldo Colosio Murrieta. El poeta también expresó a la prensa nacional e internacional: “la violencia verbal genera violencia física”, y le comento a usted lo anterior, en virtud de que, ante la inminente cercanía de las elecciones de 18 ayuntamientos, diputados locales y gobernador, las insidias, denostaciones, insultos y vituperios no se han dejado esperar.

Generalmente, todo lo anterior, va dirigido hacia quien o quienes desde ahora se ven con amplias posibilidades de acceder al poder. Plumas, conciencias, dignidades compradas son las encargadas de dirigir sus cobardes baterías, hacia quienes consideran el “enemigo” que no contrario, a vencer. Recuerde usted: el enano se divierte con los defectos del gigante.

Como siempre, no falta el acomplejado y rastrero que encaramado en el poder por algunos cuantos años, aprovecha su puesto burocrático para desde ahí, lanzar su veneno e impotencia ante quien o quienes pueden llegar a gobernar Querétaro.

Estos entes, olvidan que se encuentran en el puesto, para servir al Tlatoani en turno y cumplirle sus caprichos. En ello no escatiman dinero, esfuerzo, influencias y amenazas; la fortaleza de los ciudadanos y de sus opositores, les recuerda su mediocridad y eso por nada del mundo lo puede aceptar; por eso agreden, insultan, denostan.

Decía Juan Domingo Perón: “la violencia es el derecho de las bestias”. La guerra sucia ya empezó: grabaciones, videos, cataratas de tinta, chismes, falsedades y vituperios no se han dejado esperar. Se ha olvidado que la política es el arte de equilibrar lo deseable con lo posible, y se ha regresado a la grilla barata. No existen argumentos, sólo sentimientos amargos, oscuros y la mentira engañosa y vil.

Mientras tanto, el solitario de Palacio se va haciendo a un lado. Su mirada ya no es la de antes, ni su patrimonio tampoco; sabe que sus días en el puesto están contados, al igual que los verdaderos amigos, por lo que se materializan las palabras de Gabriel García Márquez al fin de su libro El otoño del patriarca: “porque nosotros sabíamos quiénes éramos mientras él se quedó sin saberlo para siempre, con el dulce silbido de su potra de muerto viejo trochado de raíz por el trancazo de la muerte (política desde luego: nota del autor) volando entre el rumor oscuro de la últimas hojas heladas de su otoño hacia la patria de tinieblas de la verdad del olvido, agarrado de miedo a los trapos de hilachas podridas del balandrán de la muerte y ajeno a los clamores de las muchedumbres frenéticas que se echaban a las calles cantando los himnos de júbilo de la noticia jubilosa de su muerte (Ibídem) y ajeno para siempre jamás a las músicas de liberación y los cohetes de gozo y las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado”.

Desde luego, amig@ lector@, usted tiene una mejor opinión.

Especialista en Derecho del Trabajo y Seguridad Social, por la Universidad de Salamanca, España, Certificado, por el Notariado de la Unión Europea

Google News