Discutir sobre las formas de operación de la guerra sucia mediática y su lógica de la crueldad exige situar la discusión en un marco interpretativo. Lo primero es distinguir entre el significado de la moral y la ética para evitar tergiversaciones. La moral siempre es pública –nunca es privada–, dicta leyes, normas, imperativos. En cambio, la ética es la respuesta frente a una situación límite ante la que nos quedamos perplejos porque el “marco normativo” en el que hemos sido educados, fracasa radicalmente. En este sentido, la ética no es buena ni mala, sino que aparece en el momento en que nos damos cuenta de que la gramática de la propia cultura en la que fuimos educados no tiene respuesta al dilema que enfrentamos.

De dónde surge entonces la existencia de visiones del mundo polarizadas (bueno-malo, bonito-feo, blanco-negro) sobre las que se sostiene la guerra sucia mediática que padecemos. Este cuestionamiento requiere de una distinción más.

La moral se sostiene sobre la lógica de “las reglas del entendimiento general”. Dentro de esta lógica operan dos formas bajo la identidad de “mala conciencia” y “buena conciencia”. La primera establece un vínculo entre la moral, la culpa y la crueldad. Y, la segunda configura un conjunto de dispositivos dedicados a crear “sinvergüenzas”. Por supuesto, ambas formas de operación requieren de una “educación” dirigida a modelar un modo de ser, un lenguaje, una topología. En este trayecto, la “buena conciencia” se convierte en el lugar propicio para crear una especie de “manto” que oculta la vergüenza no solo frente a los demás, sino ante la persona misma. Manto que justifica y legitima el borramiento de la culpa que supone la “mala conciencia” con respecto a las acciones que anulan la responsabilidad sobre actos de crueldad dirigidos a otros seres humanos.

Hoy, esta doble forma operación de la lógica de la moral es habitada por las narrativas puestas en marcha a través de la guerra sucia mediática. Aprovechan diferentes dispositivos (simbólicos y normativos) para establecer de antemano, quién tiene derechos y quién deberes, quién debe ser tratado como “persona” y quién no; quién es “digno de compasión” y frente a quién debemos permanecer indiferentes. En esta dinámica se teje una gramática que protege de la vergüenza y la culpa a los perpetradores de los discursos de odio y la polarización social, que como tal incluye y excluye, ordena, clasifica, distingue lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto, lo que debe recordarse y olvidarse.

Uno de los mecanismos utilizados en la guerra sucia mediática para dañar al adversario bajo el amparo de la legitimidad y la legalidad, lo constituye el derecho a la libertad de expresión. Dispositivo que permite justificar cualquier tipo de acción dirigida al proyecto político que se pretende denostar. Esto es posible gracias a la existencia de marcos normativos “adecuados” que cobijan a quienes edifican una lógica de la crueldad que utiliza la moral para legitimar actos carentes de ética.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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