El concepto de “posverdad” se empezó a popularizar en 2016 con el Brexit y el pasado proceso electoral estadounidense. En ambos casos los rumores y las noticias falsas al parecer fueron más importantes para millones de personas que las noticias verídicas.

Ese mismo año el diccionario Oxford incluyó dicho término como la palabra del año, destacando que este concepto describe cómo los hechos objetivos tienen menos peso e influencia en la opinión pública, la cual basa la toma de sus decisiones apoyándose en las emociones y opiniones personales.

En México desde hace rato hemos convivido con la posverdad. No hemos requerido tener internet y redes sociales para que se vuelvan de dominio público las cuestiones más absurdas y descabelladas. Sin embargo, las últimas han venido a multiplicar esa proclividad cultural que tenemos a ornamentar, con figuraciones, nuestra realidad social y política.

El término posverdad no solo es la evidencia de que el ideal político defendido por la Ilustración, en donde la racionalidad fuera la que guiara la toma de decisiones de los seres humanos, fue solo una aspiración. Jacques Ellul decía en Los nuevos poseídos que la racionalidad y la Ilustración habían fallado, ya que los hechos objetivos gozaban en la época contemporánea de menos influencia que en el pasado; que las creencias religiosas se habían mutiplicado y que las opiniones personales y las emociones regían la toma de decisiones de las personas.

La paradoja, como dice Dominique Cardon, es que ese fenómeno se afiance justo en un momento en que existen múltiples herramientas para que los medios y las mismas personas corroboren más que nunca la veracidad de los datos. Como diversos estudios refieren, actualmente, la gente no confía en los medios de comunicación, lo que genera una “crisis de la verdad” noticiosa, dando como resultado que las personas confíen más en lo que comentan con sus pares: amigos o contactos en las redes sociales.

No es nuevo que la mentira y la desinformación sean algo habitual en la política, pero no tenía ese potencial de seducción que tiene hoy. Es sabido que las contiendas electorales no tienen mucho que ver con la defensa de intereses sino con apelar con declaraciones a las emociones de sus electores. No obstante, eso estaba hasta cierto punto contenido como resultado de que el periodismo moderno jugaba un papel de intermediario eficaz entre los políticos, el gobierno y la población.

Hoy esa confianza se ha erosionado, las personas consideran, en muchos casos con justa razón, que los medios están más inclinados a intereses políticos y a defender sus proyectos particulares, que en servir informativamente a la sociedad.

Esta situación, además, vuelve a traer a discusión un viejo problema epistemológico bien conocido por las ciencias sociales: la verdad social se construye colectivamente, la cual no necesariamente coincide con la científica soportada en procesos de legitimación y reglas de validación aceptados por la comunidad científica.

En el campo político la verdad también se soportaba de la mano de la misma ciencia política y sociología empíricas y múltiples especialistas, pero cuando las encuestas yerran tontamente en predicciones y mediciones, entonces eso refuerza las actitudes de distanciamiento y desconfianza hacia los medios informativos convencionales.

Además, esa desconfianza de las personas con los medios es alimentada por estos últimos cuando, en el afán de nutrir sus espacios o atraer lectores, se nutren de lo que le proponen delirantes algoritmos, de las redes sociales, en donde en vez de verificar y contrastar lo que retoman se tornan en cajas de resonancia de hechos falsos o manipulados y los destacan como si fuera un hecho noticioso relevante, pero generando en el imaginario colectivo la percepción de que todo lo que sucede en el ciberespacio tiene certificado de veracidad o es de valía informativa.

Periodista y escritor especializado en cibercultura.

@tulios41

Google News