Iba a la que fue mi casa en la calle Amado Nervo. La encontraba casi en ruinas, polvosa, totalmente abandonada. Uno de mis perros olía algo en un cuarto y rascaba la puerta. Adentro estaba mi hermana tosiendo.

Desperté con el corazón ladrándome en el pecho.

Esa madrugada me sumé, transpirando de miedo, a la epidemia de sueños colectivos que el coronavirus ha desatado en el mundo. Un reportaje de la BBC cuenta que una maestra de una provincia de Irán soñó que era parte de las únicas cien personas del planeta que aún no habían contraído el Covid-19: los infectados los cazaban por las calles “para que el mundo fuera el mismo para todos”.

Una enfermera retirada de California soñó que acudía a prestar ayuda a una caótica sala de urgencias: todos tosían, el encargado del hospital llevaba una mascarilla N95, pero ella no tenía ninguna protección y también despertó sudando.

2020 es el año en que el mundo se sumergió en un experimento inédito: el confinamiento de millones de personas a lo largo del planeta. En cosa de días se esfumaron los hábitos cotidianos y los entornos comunes: se borró de la vida lo que solía poblarla —el Metro, los congestionamientos, las fábricas, las escuelas, las oficinas…

Mientras afuera galopaba el enemigo invisible, la gente se quedó encerrada consigo misma en medio de un torbellino de emociones. Entre las más reportadas: agresividad, irritabilidad, insomnio, falta de apetito (o exceso de este), desánimo, miedo persistente,  pensamientos de muerte.

A todo esto se sumaron los sueños de los confinados. Institutos, universidades y centros de estudio del sueño de Francia, Argentina, Inglaterra, Italia, Perú y España, por mencionar algunos, comenzaron a referir la irrupción de un brote de pesadillas: las pesadillas del coronavirus: ataques de zombis, de hormigas, de saltamontes con dientes. Inundaciones, terremotos y otros desastres naturales. La noche se volvió extraña y se pobló de figuras y paisajes sombríos.

Muertes, ataques, persecuciones y acechanzas, “elementos metafóricos asociados al virus”.
Los soñadores han tomado siempre cosas prestadas de su tiempo. En los años 30 del siglo XX, la periodista judío-alemana Charlotte Beradt recogió en un libro los sueños de la gente durante el nazismo. Berardt consignó más de 300 sueños que revelaban la herida emocional que los nazis estaban dejando en la gente.

Como está sucediendo hoy, todos esos sueños tenían la misma seña de identidad. Lo onírico expresaba en pocas imágenes el horror que ocurría en la vigilia.

Una mujer soñó que un agente de la Gestapo inspeccionaba su casa. Al abrir la tapa del horno, este comenzaba a repetir todas las cosas que la mujer y su familia habían dicho noche a noche.
En El mundo bajo los párpados, una extraña compilación de sueños y pesadillas desde tiempos de Asurbanipal, Jacobo Siruela recupera momentos de crisis en que los sueños han dejado de ser fenómenos particulares para tornarse colectivos. En una antigua tablilla sumeria quedó el registro de la noche en que la diosa Ishtar envió el mismo sueño a los soldados del ejército asirio para alentarlos a cruzar las aguas de un río embravecido.

En su Tratado mítico-patológico sobre la pesadilla, Wilhelm Roscher recoge el caso de un batallón de soldados franceses de la Primera Guerra Mundial que una noche tuvieron un “sueño mutuo” que los hizo levantarse de golpe y huir en estampida: la llegada de un perro negro embravecido, que se les tiraba encima.

Según el Centro de Investigación de Neurociencia de Lyon, el 35% de la gente está teniendo sueños más perturbadores y vívidos que antes de la pandemia. Una investigadora de la Universidad de Harvard, Deirdre Barrett, ha analizado seis mil sueños asociados al coronavirus.
Sostiene que el personal de salud está soñando como soñaron los sobrevivientes del World Trade Center o los veteranos de guerra, y que para el resto de la gente dormir no brinda precisamente un alivio: el Covid-19, el clima de ansiedad, incertidumbre y depresión, ha infectado nuestros sueños. Lo ha hecho de muchas formas. La Unidad del Sueño del Instituto Fleni de Argentina indica que el ciclo circadiano del mundo se alteró, que hoy dormimos y soñamos de un modo distinto.

La doctora en sicoanálisis Alexis Schreck abrió con voluntarios de México, España y Argentina la página apoyocovid19.com, que durante esta etapa de distanciamiento social, ofrece a cualquier hora apoyo sicológico, profesional y gratuito.

Al grupo se le ha acercado gente que comparte los mismos sueños. Sueños de pérdida, de destrucción, de invasiones de insectos, de llegadas de tsunamis, de soledad y abandono.

“Vamos en distintos barcos, pero nos está pasando lo mismo a todos —dice la doctora Schreck—. Es la misma tormenta”.

Por primera vez en la historia, el mundo está dejando un registro minucioso de este clima, gracias a las redes sociales.

Si lo sobrevivimos, recordaremos este tiempo en el que los sueños volvieron a ocupar un lugar central en el mundo, ese tiempo en el que, otra vez en la historia de la humanidad, el mundo onírico nos expresó en imágenes el horror que estaba sucediendo en la vigilia.

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