A mi madre le gustaba referirse al periodo de 1970 a 1982, en que ocuparon la presidencia del país Echeverría y López Portillo, como la “docena trágica”, haciendo una paráfrasis de la “decena trágica” —como se conoció a los 10 días que precedieron al golpe de Estado que derivó en la caída y asesinato de Francisco I. Madero en 1913—. Así, al hablar de la “docena trágica”, se refería a un periodo de crisis económicas recurrentes, endeudamiento, corrupción rampante y guerra sucia contra los grupos guerrilleros, que marcó el fin de los gobiernos amparados en el “nacionalismo revolucionario”, antes de que se desatara la andanada neoliberal que hasta ahora nos sigue vapuleando.

Y ahora que es preciso hacer un balance del legado que nos dejan los gobiernos panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón, recordando el entusiasmo democrático con que Fox Quesada empezó su periodo y el desencanto con que lo concluyó, obsesionado con impedir el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador, así como el creciente descontento con que termina su cuestionado mandato Felipe Calderón, pienso que, no sin benevolencia, podríamos llamar a los años del Partido Acción Nacional en la Presidencia, la “docena perdida”.

Y es que al terminar el paréntesis panista, sin que podamos registrar avances significativos en lo que se refiere al desarrollo del país, a la erradicación de la corrupción, a la búsqueda de equidad, al respeto a la legalidad, al fin de la impunidad y a la consolidación de la democracia, no podríamos siquiera decir que estamos como al principio, en el año 2000, pues entonces al menos teníamos esperanzas, y lo que ocurre es que regresamos a una situación semejante a la que se presentaba en 1988, cuando salíamos de un escandaloso fraude electoral y lo que se avizoraba era la profundización de la ofensiva neoliberal contra los sectores populares y la continuación del autoritarismo y la arbitrariedad.

Pienso que si hay que abonar algunos saldos positivos a los gobiernos del PAN, gran parte de ellos están en el ámbito de la salud, y específicamente en el Seguro Popular, que independientemente de sus limitaciones ha constituido un sistema de servicios médicos para las crecientes capas de la población que viven en la pobreza y la precariedad, y que no estaban amparadas por los esquemas de seguridad social para los trabajadores del sector formal; sentando las bases para avanzar en la cobertura universal de servicios de salud para todos los ciudadanos, exigencia elemental de justicia y equiparación social.

Pero más allá de eso, y de algunos logros en lo que respecta a la libertad de expresión, los saldos del panismo en el gobierno son peor que nulos, pues remiten al incremento de la desigualdad social y la pobreza, al debilitamiento del gobierno frente a los poderes fácticos, a la creciente fusión entre autoridades y mafias del crimen organizado, y a los saldos funestos y penosos de una guerra contra el narcotráfico que, abordada sin inteligencia ni sensatez, ni diagnóstico claro, deja un saldo que oscila entre los 80 y los 120 mil muertos, muchos de ellos ajenos por completo a las fuerzas del crimen o de la seguridad.

Y ahora, a falta de otra cosa más importante en qué ocupar sus finales días, el ya casi ex presidente Calderón se acordó que México es México y que, para que no se confundan los gringos, pues también nosotros somos estadounidenses y americanos, ya no debemos llamarnos Estados Unidos Mexicanos, aunque formalmente somos una unión de estados. ¡Que viva México!

Antropólogo

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