Desde Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu; el modelo de Estado a partir de la División de Poderes por allá de 1748 encajó en el planeta a fin de combatir la concentración del poder; cansado el mundo de las monarquías absolutistas y las dinastías hereditarias.

Hoy en el siglo XXI, una vez vigente en muchas partes del mundo este sistema, pareciera que esta división de poderes es la única fórmula admisible en un estado democrático. ¿Es así? ¿No hay más modelos o sistemas? Claro que las hay.

De entrada en el pensamiento político de nuestra época pudiera decirse que hablar de “División de Poderes” es incorrecto; es decir, el Poder es uno y así se ejerce, sin compartirse pero sí con distintas facultades segmentadas; pero no es como algunos lo están pensando.

Montesquieu habló de potestades, es decir, de atribuciones; por lo que no deberíamos, ni siquiera constitucionalmente hablar del “Poder”, sino de la Función Ejecutiva, la Función Legislativa y la Función Judicial; el poder es monolítico y se ejerce así pues, dividiendo funciones.

Si queremos otro modelo u otro sistema tendríamos que reformar de manera profunda a la Constitución en una Ingeniería mayúscula cómo diría Sartori, para dar paso a otras formas de comprender el funcionamiento del gobierno y el Estado. ¿Es posible? Lo es si se cumple con la regla que rompe la rigidez de la Carta Magna con dos terceras partes del Congreso de la Unión y la mayoría de las Legislaturas estatales, incluyendo ya por primera vez a la de la Ciudad de México, reforma en la que me tocó participar como legislador federal.

Y muy bien, que haya quien administre, quien legisle y quien sea garante de los derechos y obligaciones con sus resoluciones judiciales. Pero que nunca, como bien lo dice nuestra ya añejada Constitución, estas tareas se monopolicen en una sola persona.

Lo anterior lo digo desde una perspectiva pura y de análisis desde la ciencia política y sin matices partidistas. Sin nombres y adjetivos.

Hoy así, el propio estado conjuntamente con sus funciones, ha implementado tareas de control a partir de los organismos autónomos que son equilibrio y contrapeso a las tres funciones o mal llamados poderes del Estado.

No se trata solamente de reformas a normas constitucionales; sino del respeto a los principios universales que le han dado civilidad y progreso a un sin número de democracias en el mundo.

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