La ciencia es un barómetro para determinar el avance de una sociedad; a mayor cantidad de investigadores se infiere que un país tiene mayor capital intelectual para hacer que su sociedad avance. No obstante, las condiciones en que se lleva a cabo dicho quehacer en el presente están dominadas por la velocidad.

Recientemente Paul Smaldino y Richard McElreath dieron a conocer un trabajo (goo.gl/dIJyae) que aborda el tema de la crisis que se vive en el campo de la práctica científica. Ambos investigadores se han servido de las herramientas digitales para confeccionar una simulación que replica la nada amigable competencia y baja calidad de las publicaciones científicas. Para Smaldino y McElreath la tendencia en el declive de la excelencia de los artículos científicos es global y tiene múltiples causas.

Una es la propensión de publicar más y más rápido, sin que hayan madurado en muchos casos los experimentos. Otra es la actitud tramposa, o estratégica para decirlo menos fuerte, que consiste en que para ser publicados constantemente los científicos deben demostrar poseer un robusto aparato teórico y conceptual, que se traduce en el uso de términos rimbombantes y de un lenguaje sin sentido, y haciendo hincapié en la importancia de la investigación que se presenta como “innovadora", "revolucionaria" o “nueva”.

Para los investigadores el uso de esa jerga no quiere decir que los científicos de hace 40 años al presente sean mucho más innovadores, sino que las publicaciones y los científicos viven inmersos en un torbellino dominado por la novedad y lo “inédito”, ya que es el pasaporte para destacar entre la turba de pares.

En vista de que ser citado es un criterio para medir la productividad científica y el impacto de los trabajos, se ha visto que algunos científicos estratégicamente opten por citarse entre sí. Lo peor es que algunos escriben documentos o artículos falsos, de manera anónima o con seudónimo, para citar sus trabajos. Esos textos se suben a un servidor de la universidad a la que pertenecen, y posteriormente se indexan a Google Scholar, lo que hace que el índice de esos investigadores se incremente de forma destacada.

Para ejemplificar todos esos aspectos que se viven en el campo de la investigación, los autores del trabajo que nos ocupa han inspirado su simulación en la teoría de la evolución de Darwin y de esa forma representar una alta variedad de agentes que simulan a los laboratorios, que compiten por la reputación. El algoritmo diseñado para tal efecto simboliza o simula un proceso de selección natural de la mala ciencia.

Más allá de las debilidades que pueda tener dicha simulación, lo que se critica realmente es la estructura institucional científica, o que el mismo ejercicio científico deja mucho que desear, en donde se cuestiona el mismo mecanismo de evaluación y el criterio de que lo destacado es la novedad por la novedad, de que solo unas cuantas revistas sean las de prestigio y conformen un oligopolio de la reputación científica. Eso no quiere decir, como proponen los devotos promotores de la filosofía open, que la libre publicación y difusión de documentos de investigación impediría la publicación de malos trabajos.

Por lo visto ya nada escapa a la tendencia por la novedad y la premura que domina en los tiempos que corren, y que procede del siglo XVIII, con la instauración de la modernidad. No es un secreto que para trabajar en una universidad o un centro de investigación se debe manifestar que se es competitivo y eso quiere decir que se debe publicar de forma constante y sostenida.

Esa ferocidad en la lucha por los puntajes y los estímulos académicos, es algo que ha sido diagnosticado por el filósofo Byung-Chul Han, quien refiere que la competencia es el signo distintivo de la sociedad de rendimiento de hoy día, en donde el individuo vive inmerso en entornos laborales que recalcan y exigen a sus empleados un rendimiento constante, que lleva a las personas a autoexigirse para poder rendir y competir en el insaciable mercado laboral del presente.

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