Sentada frente a la máquina no atino a escoger el tema de esta semana, esta es una semana naranja en la que se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, por obvias razones me duele, más si soy una abogada dedicada a este tema. Me indigna lo que atestiguo todos los días, más cuando se trata de niñas.

Pero también veo cómo los partidos, o más bien sus líderes, buscan vorazmente hasta el último recurso disponible para saciar su inagotable hambre de dádivas y poder.

A fin de cuentas, ambos casos son formas de violencia en las que alguien oprime a su víctima, aprovechando una posición privilegiada, dejándola en un estado de indefensión.

Si escojo el tema de la violencia contra la mujer podría decir que este es un problema que crece incesante a pesar de los intentos gubernamentales por frenarlo. La ONU nos da un dato escalofriante sobre el tema: hasta el 70 por ciento de las mujeres sufre algún tipo de violencia en su vida; por su parte el Inegi señala que en el país, entre los años 2010 y 2013, fueron asesinadas 10 mil 542 mujeres, de ellas mil 933 tenían menos de 19 años.

Históricamente la violencia contra la mujer y las niñas ha sido un tema recurrente, las culturas prehispánicas practicaban el feminicidio ritual para aplacar la ira de sus dioses o para pedirles algún favor en especial. En Europa los rituales cesaron con el advenimiento del cristianismo, sin embargo su situación social no era más aventajada que la de sus hermanas americanas, aunque los antiguos romanos les fueron reconociendo derechos a través del tiempo.

Aún en pleno siglo XXI, se sigue dando el comercio de niñas y jóvenes a cambio de ganado o algún otro satisfactor.

Ante un caso de violencia, solemos permanecer indiferentes, fundamentalmente porque suponemos erróneamente que los padres saben lo que hacen con sus hijas y/o suponemos que lo que ocurre dentro del secreto de las paredes de un hogar es problema de los que viven ahí, por lo que es “prudente” no inmiscuirse. De esa manera las víctimas siguen presas en su propio infierno, lejos de toda ayuda y sin testigos que corroboren su dicho.

Por otro lado, también me punza el tema de los partidos y el exceso de la promoción de la imagen de los presidentes de estos a través de miles de spots en radio y televisión.

Una condición básica de la democracia es que exista equidad en la contienda. ¿Pero cómo puede haber equidad si dos futuros candidatos tienen ya exposición a los medios y otros no?; ¿dónde está la equidad y respeto a los principios fundacionales del PAN, si desde ahora mutan a placer de su dirigente nacional?; ¿es éticamente válido seguir gastando fortunas en satisfacer el ego y ansia de poder de estos sujetos, cuando hay tanta pobreza en el país?

En la vida nada es gratis, mucho menos los spots que nos acribillan todo el día y pretenden granjearse nuestra simpatía hacia un personaje en particular. Estos tienen un costo, su producción y proyección masiva también. Alguien gana y pierde en esta locura mediática.

También resulta ofensivo para los mexicanos las fortunas en financiamiento a los partidos y las concesiones de los funcionarios públicos y legisladores del país.

Como mexicana me siento agraviada, como una pequeña a la que el padre trata indecorosamente. Me identifico con ella, pues mi agresor miente y es poderoso, porque no se me toma en cuenta a la hora de las decisiones, al aumentar los impuestos y decidir que mi salud y educación no son importantes.

Analista políticaanargve@yahoo.com.mx

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