En tiempos de tempestades, cuando la credibilidad está por los suelos, la clase política se encuentra increíblemente absorta y la sociedad ve disminuir su ánimo y espíritu transformadores, vale la pena explorar si el sistema en su conjunto está generando condiciones para que los gobiernos, más allá de su filiación, ideología o postura, puedan dar más y mejores resultados.

La sociedad se encuentra frustrada, sus anhelos no son atendidos, sus necesidades no se vuelven prioridad, y pocos se atreverían a desconocer la inoperancia de un sistema que no es funcional ni representativo. La consolidación de nuestra democracia hoy día depende menos de los procesos electorales y mucho más de su capacidad para resolver entuertos, procurar acuerdos y disminuir desigualdades, y lamentablemente, todo lo anterior se gesta de manera fortuita y escasa.

Necesitamos urgentemente construir nuevos modelos, que nos hagan migrar hacia un semiparlamentarismo que haga obligadamente natural la relación entre poderes; que reconozca a los legisladores no sólo como hacedores de leyes sino como legítimos gestores sociales de necesidades e inquietudes. El titular del poder Ejecutivo federal, debe construir una agenda política mucho más amplia con el Congreso, ya no podemos permitir que esta relación dependa de terceros, pues los resultados están a la vista y distan mucho de ser los que hubiéramos deseado. México no camina, y más allá de la responsabilidad que pudieran tener quienes han estado al frente ayer y hoy, no parecieran darse las condiciones para que el escenario mejore, antes bien, pudiera complicarse más.

Si se está pensando que la segunda vuelta no es una opción en este momento, entonces vayamos a darle una dimensión política distinta a las alianzas y coaliciones, que éstas trasciendan a los procesos electorales, que encuentren vida permanente, que establezcan compromisos, espacios, propuestas y agendas que le den utilidad social a la diversidad política, promovamos una participación activa de algunos integrantes del gobierno federal en el Congreso, procuremos el fortalecimiento de una normalidad democrática que reconoce su esencia en la diversidad política y que está dispuesta a sumar a los distintos en la construcción de un proyecto de país en el que debemos participar todos.

Nuestra condición de mexicanos, de parte de este todo, es anterior y mucho más importante que nuestra militancia partidista o posición ideológica, por lo que lo segundo no puede ser pretexto para dinamitar la colaboración en todo aquello que le signifique a México. Nadie puede pretender secuestrar la Patria a partir de la descalificación per se de aquellos que piensan diferente.

En Querétaro, encontramos razones para destacar el valor de la normalidad democrática. Aquí hemos logrado privilegiar una cultura política que se basa en la costumbre de respetarnos y hacer por nuestra entidad. Este privilegio, lamentablemente, no existe en todas las latitudes patrias.

En Querétaro, tierra donde se inició el movimiento independentista, espacio de consolidación de la República, último reducto del Imperio y ciudad donde se redactó nuestra Carta Magna, los consensos se han vuelto costumbre y los disensos se presentan de manera respetuosa y puntual; esta es la política que se aleja del escándalo, que le sirve a los demás, que honra la confianza ciudadana, esta es la política que construye a favor de México.

Diputado Local y Coordinador del Grupo Parlamentario del PRI

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