Felipe González, expresidente del gobierno español entre 1982-1996 ha expresado en diversas ocasiones que no es la alternancia la esencia de la democracia sino la “aceptabilidad de la derrota”. Sin duda, esta es una de las pruebas centrales del funcionamiento de las instituciones democráticas ya que implica, por un lado, la aceptación de las reglas del juego y, por otro, el respeto a la voluntad popular. 
Esta observación es relevante con motivo del muy apretado triunfo de los liberales en las elecciones que se llevaron a cabo el domingo pasado en Alemania. Tras 16 años en el poder, la coalición encabezada por la canciller Angela Merkel fue derrotada por el Partido Socialdemócrata de Alemania (PSD) en una elección sumamente compleja donde se eligieron los 735 escaños del Parlamento Federal (Bundestag) que elegirá a quien ocupará el cargo de canciller para  el periodo 2021-2025.

El resultado de esta elección mostró que el partido de Merkel —la Unión Demócrata Cristiana (CDU)— obtuvo el peor resultado de su historia perdiendo, no sólo la mayoría de los votos por un margen de 1.6 puntos porcentuales, sino también 49 escaños —el que dejó vacante Merkel, entre ellos. Evidentemente lo que muestra este resultado es una ciudadanía plural que repartió su voto entre los 48  partidos que contendieron. En el sistema alemán, quien ocupa la cancillería es electo por la mayoría del Bundestag; el triunfo del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) —antiguo aliado de Merkel con un 25.7% de los votos no garantiza que encabece el gobierno, aunque sí es el partido con más probabilidad de establecer los acuerdos necesarios para obtener la mayoría absoluta de los votos y, con ello, elegir a quien ocupará la cancillería.

¿Qué tiene que ver esto con el reconocimiento de la derrota? La era Merkel llega a su fin tras 16 años y, no sólo las encuestas mostraban un resultado cerrado, sino que la propia canciller, contraria a sus prácticas habituales, utilizó espacios importantes para llamar a votar por su candidato. La evidencia muestra que ni la evaluación del desempeño de la canciller ni su apoyo al candidato Olaf Scholz fue suficiente para que la coalición de la que formaba parte su partido se mantuviera en el poder. Sin embargo, sí da cuenta de su talante democrático y del grado de consolidación de la democracia alemana.

Son muchos los países que han pasado por crisis institucionales producto de la negativa de quienes ejercen los liderazgos políticos para reconocer la derrota. En el caso mexicano fue preciso reformar las instituciones electorales y la negativa de reconocer los resultados sigue siendo moneda de cambio para muchos actores políticos. La máxima de todo sistema democrático es la certeza sobre las reglas y la incertidumbre en torno a los resultados. En democracia se gana y se pierde, pero hay un prejuicio en afirmar que la mejor propuesta o alternativa siempre resulta ganadora; gana la opción que, por diversos motivos, convence a la mayoría del electorado.

En 2005 en una elección que se definió por 0.8 puntos porcentuales, Angela Merkel derrotó al socialdemócrata Gerhard Schröder; tres lustros después, por un margen muy similar SDP está cerca de regresar al poder. La institucionalidad que han demostrado ambas fuerzas políticas da muestra de  una democracia madura y consolidada; quizá, ese mismo elemento, es el que deja la nuestra francamente mal parada.

@maeggleton

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