La relación del poder con los medios de comunicación es un fenómeno muy complicado, en particular, cuando se generan procesos de cambio en estructuras de poder y no se diga en estructuras gubernamentales.

Las transiciones traen consigo jaloneos y desencuentros, durante un proceso de ajuste que, generalmente, debe darse desde el poder.

Recuerdo cuando, en 1997, en Querétaro se vivió la primera transición política, con la llegada del PAN al gobierno estatal, luego de décadas de gobiernos priistas.

Las relaciones entre quienes ejercían el poder y quienes usufructuaban la comunicación masiva comenzó tensa. Era lógico, el entonces recién estrenado gobernador, Ignacio Loyola Vera, había recibido un trato muy poco privilegiado de parte de los medios desde antes, durante y después de una campaña que realizó prácticamente sólo. Ni los panistas creían que podría ganar pues enfrente tenía a un peso pesado de la política mexicana: Fernando Ortiz Arana.

Pero Nacho Loyola sí creía en él y en que podía lograrlo.

A su arribo a Palacio de Gobierno, Loyola quiso ajustar cuentas; menospreciaba a los reporteros de la fuente; desdeñaba a los propietarios de los medios de comunicación y tuvo que aguantar vara, como él mismo podría decirlo. Los medios le buscaban cualquier equívoco para criticarlo y él, de mecha corta como era en ese entonces y con la piel delgada, reaccionaba en consecuencia.

Pasaron los años y el hoy exgobernador Loyola comprendió que se podía gobernar sin los medios, pero no contra ellos; ajustó equipos de comunicación, hasta cinco veces en seis años, y terminó un sexenio con una relación medianamente amable con los medios de comunicación, sus propietarios y los reporteros de la fuente, aunque nunca fue tersa esa relación.

Con la llegada al poder de Vicente Fox, en 2000, pasó algo similar; el enfrentamiento era constante; el guanajuatense terminó por tener un vocero que todo le corregía o pretendía explicar. Como olvidar la frase que el exvocero Rubén Aguilar hizo famosa en ese sexenio: ‘Lo que el presidente quiso decir…’

Fox también terminó ajustando equipos, decidió acercarse a los medios; comprendió que podían serle más útiles si los tenía, si no a su lado, por lo menos no en su contra.

En este sexenio sucede prácticamente lo mismo, aunque con un matiz preocupante; el enfrentamiento viene acompañado de una andanada de ataques a quienes no estamos de acuerdo con la administración pública emprendida por la llamada Cuarta Transformación.

Esta semana la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) calificó de “incitación a la violencia” los ataques que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, vierte en forma periódica, constante y sistemática contra los medios de comunicación y periodistas.

El presidente de la SIP, Christopher Barnes, dijo que, si bien el periodismo como cualquier otra actividad está abierta a la crítica, el sesgo autoritario, ideológico y despectivo con el que López Obrador ataca a los medios, puede motivar a aquellos individuos que sólo necesitan una excusa para incitar violencia y atacar físicamente a los periodistas y medios.

En forma sistemática y periódica el presidente López Obrador aprovecha sus conferencias de prensa matutinas para estigmatizar a los medios de comunicación, en especial a los diarios de referencia, EL UNIVERSAL y Reforma, a los que califica cotidianamente de amarillistas, corruptos, alarmistas, calumniosos y opositores.

Pero no es el único caso de ataques a la prensa en este gobierno de la cuatroté; ahí está el caso de Notimex en donde su directora, Sanjuana Martínez ha sido señalada de violentar derechos laborales; de usar recursos públicos para emprender ataques personales y desde el púlpito presidencial, no hay una expresión de solidaridad con quienes denuncian, al contrario, López Obrador afirma que él le cree e Sanjuana.

Como este, hay muchos otros casos que evidencian la ríspida relación de los neogobernantes en México con la prensa que sólo hace su trabajo: señalar y dar a conocer lo que el poder no quiere que se sepa.

Desde mi perspectiva, el proceso de ajuste y cambio para beneficiar la relación con la prensa no sucederá en la cuatroté; ojalá me equivoque, pero no lo creo. Digo.

El último párrafo. El país pintado de rojo y su ‘pejestad’ viajará este fin de semana, por carretera, más de 24 horas de la CDMX hasta Cancún.

Todo con el afán de volver a la exposición de su figura para tratar de atajar la estrepitosa caída de su popularidad. Viaja en carretera solamente para no arriesgarse a que se filtre una foto de él con cubrebocas. ¡Qué cosas! Les digo.

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