El escritor colombiano Gabriel García Márquez llegó a vivir a la Ciudad de México el 26 de junio de 1961, con su esposa Mercedes Barcha y su hijo Rodrigo, quien es un director de cine de gran sensibilidad. Llegaron en tren, después de viajar dos semanas desde Nueva York. En la estación les dio la bienvenida su amigo, el poeta Álvaro Mutis, quien condujo a la familia hasta su primer departamento en la capital mexicana.

Meses más tarde, en casa de Mutis, el anfitrión se levantó de la mesa, fue al librero, tomó un ejemplar de Pedro Páramo, de Juan Rulfo. “¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!”, le dijo. García Márquez, de 34 años, declaró: “No pegué ojo hasta agotar su segunda lectura. Desde la noche en que devoré La metamorfosis, de Kafka, nunca había sentido una conmoción semejante. Al día siguiente leí El llano en llamas y no salí del asombro. La obra de Juan Rulfo me dio, por fin, el camino que buscaba para continuar mis libros”.

Nadie como Rulfo para narrar la realidad de México de mitad del siglo XX, con circunstancias que todavía perduran: caseríos con carencias, pobreza, soledad y guerra. Sus frases son metáforas sobre la naturaleza del mundo y la esencia humana, con personajes que representan a pueblos enteros, que son la representación de problemas socioculturales, muertos que hablan para dar un testimonio de su vida.

Pedro Páramo marca el fin de la novela de la Revolución Mexicana. Su autor se distanció de las maneras tradicionales de la escritura narrativa y se asió de la poesía para describir un mundo en el que resuenan varias voces, que suceden en distintos tiempos que sin embargo son simultáneos, porque ocurren en planos que son a la vez objetivos y subjetivos.

Carlos Fuentes escribió: “Rulfo estaba haciendo y diciendo algo distinto y tan simple como esto: la creación literaria pertenece al mundo plurívoco de la poesía. No se la puede juzgar con el criterio unívoco de la lógica. En la lógica, los hechos tienen un solo sentido. En la poética, tienen muchos sentidos”. Fuentes me dijo un día, al terminar su clase: “Rulfo tiene el oído pegado a la tierra, como un niño que escucha las vías para saber a qué hora llega el tren”.

En “Un pedazo de noche”, texto publicado en 1959, dice Rulfo: “Alguien me avisó que en el callejón de Valerio Trujano había un campo libre, pero que antes de conseguirlo debía dejarme ‘tronar la nuez’. No quiero decir en qué consistía aquello, porque todavía, calculando que no me quede ni un pedazo de vergüenza, hay algo dentro de mí que busca desbaratar los malos recuerdos”.

Para llevar las obras de Rulfo al cine, hubo necesidad de reunir enormes talentos: García Márquez, Carlos Fuentes, Carlos Velo, Roberto Gavaldón y Manuel Barbachano. De sus mentes surgieron tres guiones para realizar largometrajes basados en Pedro Páramo y El gallo de oro.

Miro la producción actual del cine nacional y deseo que surja una nueva generación de guionistas. Los actores, directores y productores mexicanos están triunfando en el mundo con guiones basados en argumentos que no tienen raíces en esta tierra. Hay tanto que contar: vidas de personajes, ciencia, arte, momentos históricos. México es un volcán en erupción y su lava ardiente, al enfriar, puede abonar terrenos de cultivo intelectual.

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