“Prudente es el padre que conoce a su hijo”. William Shakespeare

Es una creencia cotidiana y muy arraigada en nuestra sociedad, que la formación académica va aparejada con la posibilidad de trascender y llegar más lejos que nuestros antecesores. Resulta indudable que la formación académica aumenta nuestro conocimiento, nos otorga mayores herramientas para enfrentar retos y nos permite contar con una visión más amplia de la realidad y lo que podemos hacer para mejorarla.

Así pues, es natural que los padres busquen apoyar que dicha formación sea al menos igual o, en medida de lo posible superior, a la formación que tuvieron, pensando que de esta manera se podrán propiciar mejores condiciones de vida y asegurar un éxito en el desarrollo profesional de los hijos, lo cual es perfectamente natural y lógico.

No obstante, más común de lo que pensamos, aquellos padres de familia que atendiendo a su personal y válido deseo de que sus hijos tengan más posibilidades de éxito, se involucran de más en las decisiones de carrera o de vida de sus hijos. El acompañamiento es indispensable considerando la objetividad y el respeto a las decisiones que tomen los hijos; no obstante cuando los padres se involucran de más, esta actitud coarta la libertad de decisión, cuestiona las capacidades, minimiza sueños o interfiriere en los gustos de quienes son los responsables de decidir el camino que han de tomar en su vida.

Todos conocemos a padres de familia que quieren ver realizados sus sueños profesionales, académicos, artísticos, culturales o deportivos a través de sus hijos. Hay, inclusive, quienes los inducen para estudiar o hacer lo que los propios padres han hecho o alguna vez soñaron con hacer. Igualmente hay quienes siembran sus esperanzas en la formación profesional que les piensan brindar a sus hijos; como si la carrera, la escuela, los grados académicos, los maestros, los compañeros o el estatus, fueran los únicos causantes del éxito y trascendencia profesional.

La situación es delicada. La frontera entre la opinión objetiva, el consejo práctico y la experiencia de vida puede estar limitada por una delgada línea que divide el involucramiento con el entrometimiento. Aunado a que muchas veces los padres podemos estar encasillados en prejuicios que no necesariamente van acorde con la realidad de nuestro entorno. Atrás quedó ya el dicho de que en cada casa había de existir un médico, un militar, un sacerdote, un abogado o un ingeniero. Aún creemos el mito de que sólo a través de una carrera universitaria, una maestría o un doctorado podríamos encontrar la realización personal. Considero que es relativo, ya que todos tenemos un llamado diferente atendiendo a nuestra vocación, competencias, personalidad y antecedentes.

Hoy existen una infinidad de carreras, actividades, disciplinas y áreas del conocimiento que nos abren una ventana al mundo, a la innovación y nos llevan a alcanzar la plenitud como individuos, hay que estar abiertos a las nuevas tendencias, no todo tiene que ser tan rígido recordemos la frase de José Ortega y Gasset que señala que “no hay fracasados, hay equivocados”.

Como padres nuestra obligación es apoyar y acompañar a los hijos. Nuestro compromiso es darles las herramientas y los medios para que ellos tomen la mejor decisión: en ese momento es cuando habremos trascendido.

Abogado y catedrático de la Universidad Anáhuac. @gmontesd

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