Constructor de masas de concreto para las multitudes. De su mágica mano salía el primer trazo, dibujaba la silueta de lo que se imaginaba y al final terminaba siendo la construcción de lo que él concibió en un instante, con un boceto, con sólo recorrer sobre el papel algunas líneas.

De su fecunda imaginación surgieron no sólo edificios monumentales, sino sistemas constructivos, torres y columnas que desafiaban la gravedad, espacios gigantescos para la concurrencia de las masas, mercados, estadios y escuelas.

Autor de obras emblemáticas del México moderno. Orgullo nacional, genio original e incansable inventor de formas y promotor de edificaciones simbólicas. Ahí están decenas de mercados en la Ciudad de México, miles de escuelas repartidas en el mundo gracias a un diseño práctico y económico que adoptó la UNICEF como un modelo constructivo para el tercer mundo.

Si bien sus obras han sido consideradas como pesadas y excesivamente volumétricas, la monumentalidad de su concepto arquitectónico no daba para diseños espigados y ligeros. Su combinación de modernidad salpicada de elementos prehispánicos, hacen del genio un autor original e icónico.

Ahí está la majestuosa columna que sirve de eje al paraguas en el Museo Nacional de Antropología. El Museo cuenta con casi ocho hectáreas y alberga la mayor colección del mundo de arte prehispánico de Mesoamérica, fundamentalmente de los antiguos pueblos de México, entre las que destacan las culturas maya, azteca, olmeca, teotihuacana, tolteca, zapoteca y mixteca.

Por sus construcciones caminan todos los días millares de personas. En los mercados y en la nueva Basílica de Guadalupe decenas de miles de mexicanos compran, venden y rezan. En el Estadio Azteca, cuando menos una vez a la semana, decenas de miles gritan y oran, con banderines y cervezas. En el interior del edificio de San Lázaro cientos de mexicanos alegan y proyectan el futuro del país.

Sólo la Basílica de Guadalupe es el segundo recinto religioso más visitado del mundo. Ahí miles de creyentes derraman lágrimas y devotamente admiran el rostro de la guadalupana, que tiene una discreta sonrisa que el propio Leonardo da Vinci pudo haber trazado. Anualmente, 20 millones de peregrinos van a confirmar su fe ante los ojos de la Virgen y la explanada es un bullicio como en los tiempos anteriores a la llegada de los españoles.

En el estadio Azteca todo el año un grito enloquece a la multitud. Su construcción y funcionalidad es portentosa y pronto cumplirá 50 años de dar cabida a millones de peregrinos embelesados por una religión que es el gol, la pagana contemplación de una pelota entrando a la red.

Nunca quiso el arquitecto hacer una obra de autor, sino dar funcionalidad a una infraestructura que demandaba el México moderno. Pasará a la historia como el gran constructor del México del siglo XX.

Invitado por el entonces gobernador de Querétaro a mediados de la década de los 80, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez opinó sobre el nuevo estadio que se levantaría en la parte sur de la ciudad. Le dijo a Rafael Camacho Guzmán: “Gobernador, aquí se va a hacer un estadio Azteca un poco más chico, pero mejor”, “¿Cómo?”, preguntó ansioso Camacho. “Sí —le dijo—, voy a mejorar la isóptica del Azteca; desde cualquier lugar, el espectador se sentirá como si estuviera en la cancha”. “¡Ah chingao!”, exclamó escéptico el gobernador.

Y en efecto, el estadio Corregidora mejoró en ese sentido al Coloso de Santa Úrsula. Nunca se imaginaron estos personajes que desde sus graderías, los queretanos serían testigos del descenso de varios de sus equipos a la división inferior.

Escritor, periodista y analista político

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