Cada año, alrededor de estas fechas, se acostumbra que los servidores públicos rindan sus informes de gobierno.
Sin duda, uno de los aspectos más importantes de la democracia es la rendición de cuentas. Si partimos de la base que un gobierno republicano y representativo se sostiene en el mandato ciudadano, la rendición de cuentas se convierte en un punto elemental del estado democrático, ya que permite evaluar el desempeño de un servidor público, determinar si ha hecho bien su trabajo o si, por el contrario, no ha cumplido con las expectativas.

Antes, todo este desfile de cifras y eventos rondaba en la figura del presidente de la república; ahora, ese acto ceremonial se ha perdido y cada funcionario rinde sus cuentas por separado, conforme a sus tiempos y criterios. Ello es adecuado, pues permite una mayor apertura y versatilidad en la rendición de cuentas; sin embargo, aún persisten antiguas prácticas, muchas de ellas herencia del antiguo régimen, que ven a este ejercicio democrático con tintes propagandísticos y como la oportunidad idónea para publicitar la imagen personal del político.

Desde esta perspectiva, la política se convierte entonces en un concurso de popularidad que se mueve, en ocasiones, por símbolos, frases o estética, más que por resultados, ideas u objetivos. Tal y como en su momento lo precisó el ilustre politólogo italiano Giovanni Sartori, en su obra “El Homo videns o de la sociedad teledirigida”, donde puso énfasis en la notable influencia que los medios de comunicación tienen en las tendencias electorales o políticas.

Sobre este punto, es lamentable ver todavía como muchos funcionarios, año con año, derrochan millones de pesos en publicitar sus “informes”; publicidad inerte que, más que un ejercicio democrático, se convierte en propaganda política centrada en su figura y persona.

Lo anterior se agrava en los tiempos que estamos viviendo, donde la mesura, la austeridad y el ahorro deben ser piedra angular del buen administrador. Sin duda, la pandemia por Covid-19 ha dejado duramente lastimada la economía, por lo que es injustificado el dispendio de recursos en pro de beneficiar a un funcionario, por muy alto que sea su rango o jerarquía.

¿Por qué no optar por un ejercicio más abierto y austero, más cercano a la población? ¿Por qué conservar los viejos métodos del evento o la publicidad a gran escala? ¿Por qué no aprovechar las ventajas de las tecnologías de la información que, en gran medida, son de acceso público y gratuito?

La cuestión es que debemos reivindicar la finalidad de los informes y entender que esto se trata de un ejercicio en favor del ciudadano, no del político. Lo importante no debe ser la persona en sí, sino los resultados obtenidos, las acciones realizadas y los objetivos alcanzados.

Aquellos tiempos en que el quehacer público se centraba en un solo individuo han ido desapareciendo y si bien aún persiste la costumbre del gobernante faraónico, ello se ha ido diluyendo poco a poco, debido a la alternancia y la transparencia. Esa es una cuestión que los ciudadanos han entendido ¿será que los políticos también?

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